El pasado 11 de abril se inició la campaña de Renta relativa al ejercicio 2022. Ya ese primer día, se presentaron más de 700.000 declaraciones, nada menos que un 22% más que esa misma jornada en el año 2022. La inmensidad de esas magnitudes nos da una idea -siquiera aproximada- de la ingente capacidad de gestión de la Agencia Tributaria (AEAT). Me quito el sombrero, sin matices.
El IRPF es el impuesto por excelencia, el que -entre los ¡¡¡22!!! tributos estatales- más nos fotografía en nuestra condición de sufragadores del gasto público en función de nuestras respectivas circunstancias personales: nivel económico, cargas familiares, inversiones, edad, etc.
La estadística dice que el IRPF aporta +/- 110.000 millones de euros lo que, a su vez, es casi el 20% del total de los ingresos de las Administraciones Públicas y lo sitúa como el impuesto más recaudador, sólo superado por las cotizaciones sociales (que, obviamente, no tienen naturaleza tributaria).
Este año se esperan unos 23 millones de declaraciones (es decir, que uno de cada dos españoles se va a retratar fiscalmente), lo que supone un 3´5% más que en la campaña del IRPF/2021, siendo así que, aunque la inmensa mayoría de ellas sale a devolver, el saldo neto global es favorable a las arcas de la AEAT: cobra más de lo que devuelve.
Una de las críticas habituales -y quizá de las más fundadas- a este impuesto es que ha ido evolucionando progresivamente a ser un tributo esencialmente sobre los salarios, pues éstos suponen +/- el 90% de los rendimientos gravados.
Pero tampoco es menos cierto que es un impuesto de naturaleza evidentemente progresiva, pues el 20% de su recaudación total lo soporta el exiguo segmento de contribuyentes que tienen una renta superior a 150.000€, siendo así que el restante 80% lo sufragan todos -muchísimos- los que tienen una capacidad económica inferior.
En esta campaña del IRPF/2022 ha aflorado con virulencia el efecto inflacionario pues nuestra menor capacidad adquisitiva -mermada, precisamente, por la inflación- no ha venido acompañada de una deflactación de la tarifa; o no, al menos, en todo el territorio nacional: sí lo han hecho las Comunidades forales -¡cómo no!- y algunas otras, lo que evidencia -¡una vez más!- que parece haber españoles de primera…, y de segunda; aunque también es verdad que el no liberar esos recursos no deja de ser una estrategia política de lucha, precisamente, contra esa misma inflación. Lo que no quita que, como ha apuntado mi bienquerido Paco de la Torre, el tipo efectivo medio del IRPF se haya incrementado un 4´5%: el 14´1% en 2022 frente al 13´5% en 2021.