Posiblemente, en un momento u otro de nuestra vida todos hayamos sentido el veneno de la traición extendiéndose como ácido por nuestras venas. El dolor resulta tan intenso como desgarrador.
Cuando uno está entregado a una causa de cualquier tipo, dando la cara y consumiendo su tiempo, espera reciprocidad y lealtad cuando no reconocimiento.
La traición es un mazazo a nuestras expectativas, a nuestras certezas y a nuestra manera de vivir y de comprender la vida.
Nadie está libre de verse sobrepasado por las situaciones o incluso errar en los juicios de valor, y en ese escenario focalizar su inseguridad en quien no lo merece aún habiendo razones.
A veces el error no es el ¿Qué? Sino el ¿Cómo?
En tiempos en que no abundan manos para remar, y menos para dirigir, debiéramos medir las consecuencias … porque normalmente esos movimientos solo acarrean destrucción.
La empatía se vuelve una cualidad fundamental para minimizar esas situaciones de conflicto y su ausencia es garantía de fracaso en cualquier convivencia.
Ahora bien, igual que hay discrepancias insalvables o situaciones insoportables también hay personas con bajos niveles de tolerancia… incluso en esos casos se debe colaborar a disolver la relación de modo ordenado y pacífico.
La extraordinaria fragilidad de la mayoría de grupos humanos, habitualmente no remunerados, obliga a extremar la prudencia ante cualquier confrontación, o ante cualquier gesto que pueda iniciar una escalada.
Establecer cualquier tipo de relación implica asumir que no todo va a ser como nos gustaría o como esperamos que fuera. Inevitablemente, confiar implica asumir el riesgo de sentirnos defraudados o hasta incluso traicionados.
Claro que podemos optar por convertirnos en víctimas perennes de su alargada sombra…o simplemente arriesgarnos a Vivir y asumir consecuentemente nuevos riesgos.
¡Pongamos pues todos de nuestra parte!