En los últimos días, hemos conocido el último dato de desempleo juvenil en la Unión Europea y toca analizar y reflexionar sobre el complejo panorama laboral para las generaciones más jóvenes, así como ahondar también en las posibles causas y consecuencias de este fenómeno. Los datos más recientes, junto al pensamiento de varios autores extranjeros, serán utilizados para el análisis.
La tasa de desempleo juvenil para el mes de octubre, ha sido del 14,8% en la eurozona, este dato no deja de ser una media, la cual puede ser capciosa; así que miremos estos datos a fondo y pongamos la lupa en los tres países con mejores y peores datos.
Los tres mejores son Alemania (5,6%), Malta (7%), República Checa (7,1%) y los tres peores son España (28%), Italia (24,7%) y Rumanía (22,3%). Para hacernos una idea del calibre de dichos datos, en lo peor de la crisis periférica, la zona Euro registró un paro juvenil del 25% de media, dato ya superado actualmente por España.
Estos datos logran constatar el paupérrimo estado de la patronal española, incapaz de ser más productivos y eficientes que sus competidores europeos, y por tanto también de generar empleo, además de uno todavía peor para la clase trabajadora, que se ve obligada a aceptar condiciones abusivas por la falta de trabajo existente. Buena parte del problema procede del Estado Central, que ha desmantelado industria y convertido España en un resort a disposición de los europeos.
Se podría llegar a decir que los trabajadores tienen “vida de esclavos”, pero nada más lejos de la realidad, y es que los antiguos esclavos se veían privados de su libertad, pero tenían cubiertas sus necesidades básicas. Hoy, los trabajadores ni consiguen lo último, y con la amenaza añadida de poder ser sustituido por cientos de “famélicos” que hacen cola.
En la actualidad, nos encontramos con un ser humano, que vende su libertad por dinero, con la esperanza de poder comprar su libertad algún día. En teoría cuando se tiene dinero suficiente para vivir, se puede dejar de trabajar, aunque lo que ocurre es que el sistema se las ingenia para que uno nunca tenga suficiente dinero, cronificando así tu situación en una cárcel imaginaria.
De este modo, la precariedad laboral, es un elemento nuclear, a la hora de analizar los desafíos a los que se enfrenta la juventud española. La precariedad laboral se podría definir como una condición en la que los trabajadores tienen puestos con ninguna o escasas garantías laborales, nótese que afecta a cualquier empleo, sin importar el grado de dureza física, ingresos o nivel de estudios.
Esta precarización, da como resultado dos fenómenos altamente insertados en el imaginario colectivo de los jóvenes:
- El primero sería la impotencia, al no ser dueños de su destino, se ven empujados a existir bajo la frase de “vivir para trabajar y trabajar para vivir”, lo cual contradice uno de los pilares del sistema capitalista, que nos ha vendido que trabajando íbamos a gozar de una vida plena y “nuestra”, al ser nosotros mismos los arquitectos de nuestro proyecto de vida.
- El segundo fenómeno sería la falta de futuro y oportunidades. Basta con mirar la preocupación de muchos jóvenes, respecto a si van a ser dueños de una casa o poder formar una familia, o incluso la famosa “titulitis”, que no es más que la creencia de que un grado universitario será condición suficiente para tener una vida digna.
Me gustaría lanzar una reflexión que ya mencioné en mi artículo “Todo cambió en 2008, la depresión silenciosa de los 15 años” (https://ahoynoticias.com/todo-cambio-en-2008-la-depresion-silenciosa-de-los-15-anos/), y es que nos encontramos viviendo las consecuencias de una crisis del capitalismo en sí mismo como sistema socioeconómico, y no una crisis dentro del propio sistema.
En consecuencia, el sistema ha entrado en una fase de contradicción y, continuando con lo comentado anteriormente, vemos como el sistema liberal ha dinamitado la individualidad del ser humano, reduciéndolo a un ente hecho para producir y consumir exclusivamente, adueñándose así de los sentimientos humanos. Esta idea se ve magníficamente bien sintetizada en la película del año 1996, Trainspotting, donde nada más comenzar el film se nos dice, “Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de Compact Disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver tele-concursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro.”
Una de las características principales de dicho sistema es la propiedad privada, la cual está al alcance de muy pocos en la actualidad. Basta con ver la edad de emancipación de los jóvenes o el porcentaje que es capaz de afrontar una hipoteca. Es curioso como en los años de la guerra fría se repetía por activa y por pasiva, que en los países comunistas no había propiedad privada ni individualidad, al estar la población sometida por un estado totalitario, cuando sin entrar en sí eso pasaba o no, el capitalismo ha acabado por replicarlo con alto grado de detalle.
¿Cómo afecta todo esto a la salud mental? La incapacidad de los jóvenes de dilucidar un futuro, la falta de individualidad y la artificialidad de un mundo donde la felicidad se puede obtener a base de pertenencias, merma la salud mental de los jóvenes, produciendo crisis existenciales. Esta es la conocida como “sociedad del cansancio”, del autor surcoreano Byung-Chul Han, que defiende que toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, hay una época bacterial que toca su fin con la invención del antibiótico. Ya no vivimos en la época viral gracias a la técnica inmunológica, pero el comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico será neuronal. La depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO), definen el panorama de comienzos de este siglo.
Me gustaría mencionar también a Mark Fisher, autor de realismo capitalista, que nos advierte sobre como el sistema capitalista es culpable de este drama, ya que se las ingenia para vendernos la solución, mediante la utilización de medicación, es decir, sedantes para hacer más llevadera nuestra existencia, además de perpetuar dicho sistema, ya que se busca centrar la culpa en factores individuales de cada persona, y no exógenos, evitando asi cualquier conato de revolución o reforma en contra del sistema. Esto es algo que está muy relacionado con el auge de la autoayuda, porque bajo la premisa de que “puedes conseguir todo lo que te propongas”, si no lo consigues será exclusivamente tu culpa.
Estas premisas se acentúan en un país como España el país, con el porcentaje más elevado de paro juvenil de Europa, además de encabezar el consumo de ansiolíticos en el continente, con 2,5 millones de personas consumidoras a diario y un incremento del consumo de un 250% en las últimas dos décadas, según los últimos datos de la OCDE.
Además, el 25% de los jóvenes entre 15 y 29 han consumido psicofármacos en el último año, y un 35% ha reconocido tener ideas suicidas.
Para cerrar este análisis, podemos concluir que en un mundo materialista y superficial como el actual, las apariencias y las dinámicas del sistema, se han adueñado de la humanidad y ha dinamitado la salud mental de un gran porcentaje de población, pero si a esto le añadimos un sistema en decadencia, sus consecuencias negativas se magnifican, siendo las más importantes, la precariedad y la falta de oportunidades. Y reitero que se trata de una crisis del propio sistema, porque estas dinámicas son observables en todos los países, en mayor o menor medida.
Una constatación del intento de supervivencia del sistema es la influencia en todas las corrientes políticas en el siglo XXI, de ideas como el decrecimiento, la pobreza, el no tener nada y ser feliz, todo en pro de la naturaleza y la sostenibilidad.