En estos tiempos en los que resulta virtuoso ser progresista, todavía nadie ha sido capaz de afirmar con seguridad a dónde conduce ese progreso ni qué se entiende por tal. Sin embargo, por definición, éste siempre aparece cargado de connotaciones positivas. Decía Antonio Machado que no había camino, sino que éste se hacía al andar, pero en ocasiones conviene saber de antemano si el sendero lleva o no hacia un precipicio. Con el progreso ocurre lo mismo que con las motos. Ir como una moto puede estar bien si ésta funciona correctamente, pero puede convertirse en un problema si sufre una avería en medio de ese estado de gran excitación. Como el accidente puede ser mortal, vender la moto se antoja una alternativa que podría evitar dolores de cabeza futuros. Hace unos días, envalentonado por el ambiente electoral, Pedro Sánchez –sabedor de los desperfectos del vehículo y curándose en salud– optó por lo segundo.

Dejando atrás el sentido figurado y bajando al barro de los datos económicos, es cierto que España, respecto del primer trimestre del año pasado, ha crecido un 3,8%, siendo con esto la economía que mejor se ha comportado dentro de la Unión Europea. Sin embargo, si se tuviese en cuenta un horizonte temporal más amplio que computase el crecimiento acumulado de los últimos cuatro años, se obtendría un diagnóstico más honesto. Que la economía española todavía no ha conseguido recuperar el PIB prepandemia, convirtiéndose en el único país más pobre que antes de la crisis sanitaria, es un hecho.

Según Eurostat, el PIB por habitante en paridad de poder de compra ha pasado del 93% de la media europea en 2017 hasta el 85% en 2022, retrocediendo cinco puestos y ocupando la decimoctava posición, por detrás de países como Eslovenia, Chipre, República Checa, Lituania y Estonia. Si en el año 2019 la renta per cápita en España se situaba en 25.180 euros, tres años después y tras la irrupción de la crisis del coronavirus que lo redujo hasta los 22.210 euros, el PIB per cápita logró recuperarse hasta los 24.590 euros, pero sin alcanzar el nivel prepandemia. Tal vez, que la renta de los españoles haya experimentado una pérdida del -2,3% desde el 2019, es una cuestión menor para Pedro Sánchez.

Por otro lado, si se analizan los datos de empleo de la Encuesta de Población Activa del primer trimestre, el aumento del 2,3% del número de personas ocupadas también es modesto dentro del contexto europeo. Es cierto que se ha creado empleo, pero no al ritmo espectacular que desde Moncloa se pretende dar a entender.

Cuanta más fuerza laboral haya en situación de paro en una economía, al haber más personas que potencialmente podrían ser empleadas, es más probable que el empleo se genere a mayor velocidad que en una economía donde el paro es menor. Por lo tanto, la mediocridad del dato de empleo se evidencia –más si cabe– si se tiene en consideración que España ha creado empleo a un ritmo similar que el de sus vecinos europeos cuando es uno de los países con más paro del mundo desarrollado según datos de la OCDE, encontrándose la tasa de desempleo en el 13,26% y la tasa de desempleo juvenil en el 30,03%.

A nivel personal las comparaciones son odiosas, pero en el terreno económico permiten distinguir entre el rigor y la propaganda, entre “ir como una moto” y “vender la moto”. Los condicionantes externos como la pandemia, la guerra de Ucrania, la crisis de suministros, la inflación y la subida de tipos, a pesar de haber sido comunes a todos los miembros de la Unión Europea, no afectaron por igual a todos los países. En parte por las distintas particularidades de las distintas economías europeas, en parte por la gestión interna que cada Gobierno llevó a cabo. En cualquier caso, los buenos datos que ahora empieza a mostrar la economía española –a diferencia del resto de países que consolidaron su recuperación hace tiempo– son el reflejo del efecto rebote, ya que después de haber bajado tanto y tras el chute del gasto público, sólo quedaba subir.