Es la manera más democrática de saber lo que opina la mayoría de los españoles sobre la amnistía.
Cuando yo era niño y por esas calles jugaba, siempre existía acuerdo entre los miembros de las diferentes pandillas. Ya se tratase de un partido de fútbol, de designar al tonto del día o también elegir al que tenía que ir a robar la fruta del huerto cercano porque el hambre apretaba.
No conocíamos lo que significaba la democracia, pero teníamos el sentimiento interior de saber lo que era cumplir con lo que el colectivo acordaba.
Todo se realizaba bajo la supervisión colectiva y nadie toleraba una trampa en el digno procedimiento asambleario y no se admitía ningún tipo de ardid para escaquearse. No conocíamos lo que significaba la democracia, pero teníamos el sentimiento interior de saber lo que era cumplir con lo que el colectivo acordaba. Y así transcurría nuestro caminar desde los juegos de niños al comportamiento de adolescentes.
Nada de aquello perdura hoy. En plena democracia, aprobada por el noventa por ciento de los ciudadanos españoles, se buscan recovecos para evitarla, para interpretarla y para hacer una democracia para cada colectivo y si me apuráis mucho, para cada persona. Las instituciones están completamente colonizadas por el “partido”, que para eso busca entre sus componentes a aquel que mejor insulta o el que cuenta la mentira más gorda para desmontar la del contrario.
Hoy solo triunfan en política los que mejor insultan o los que mienten de forma más descarada.
Nosotros, los ciudadanos que les hemos concedido nuestro voto, asistimos asombrados a la doble interpretación de la verdad de la decisión de cualquier órgano consultivo, toda vez que dicho estamento está a su vez influido por lo que se denomina pertenencia u obediencia debida.
Pongamos el ejemplo de la llamada Comisión de Venecia, que tenía que emitir una opinión sobre la llamada amnistía. Pues bien, si lo interpreta el PSOE es que le dan la razón y si lo hace el PP es que, de forma inequívoca, son ellos los que la tienen. Tú y yo, que hemos podido leer lo publicado, nos podemos contagiar de esas recomendaciones.
La Comisión de Venecia recomienda que la amnistía se impulse gracias a una mayoría cualificada y, en consecuencia, toca votar a los españoles para que se pronuncien.
Personalmente, ignoro si es legal o no la llamada amnistía, si cabe o no en la Constitución. En mi opinión, cuando algo afecta al colectivo y es en beneficio de unos pocos, no pueden decidir siete votos. Esa es la auténtica recomendación de dicha comisión; que se realice si es necesario, pero siempre con un amplio consenso y, para ello, hagamos como aquellos niños: Votemos todos.
Los políticos actuales no te defienden, no te escuchan, solo se insultan de forma soez y sin el mínimo decoro hacia el oponente. En este sentido, recupero las cartas cruzadas por dos políticos ingleses que se odiaban, pero guardaban las formas, es decir, utilizaban la ironía.
Es recomendable recordar la ironía con la que se enfrentaban dos rivales políticos como Bernard Shaw y Winston Churchill.
Ocurrió cuando el dramaturgo y periodista Bernard Shaw invitó a Churchill, al que odiaba profundamente, al estreno de una obra suya en Londres. En su carta le enviaba dos entradas. Y un texto adjunto: «Estimado Winston Churchill y muy digno primer ministro: tengo el honor de invitarlo al estreno de mi obra Pigmalión. Venga y traiga un amigo… (si lo tiene)».
El viejo Churchill declinó el ofrecimiento de aquel ganador del Nobel y del Óscar. En su meditada respuesta, se la devolvía con una inteligencia que solo nos conduce a la melancolía: «Agradezco al ilustre escritor la honrosa invitación. Infelizmente, no podré concurrir a la primera presentación. Iré a la segunda… (si la hay)».
Estos de ahora, como dice un titular, cualquier día se dan de hostias.