Hemos perdido el control de nuestras vidas y, como un rebaño, estamos al albor de lo que decida el pastor para esta semana.

Entrando en profundidades, uno se pregunta qué sentido tiene el progreso, la estabilidad y tantas otras cosas que se nos venden como “el ideal”.

La gestión de mucho más tiempo libre, el acceso a comodidades, la sensación de seguridad, mayores prestaciones sanitarias y sociales, acceso pleno a la educación. Nadie debe dudar que fueron objetivos que habrían deseado nuestros abuelos.

¿Qué pasa pues?, ¿realmente vivimos mejor que nuestros padres? y ¿por qué tenemos ese mal cuerpo?

Nos está fallando la gestión de las expectativas. La meta no existe, el objetivo es el camino y estamos siempre en tránsito

Creo que lo que nos está fallando es la gestión de las expectativas. Ante cada nuevo logro social, nos entra una nueva pantalla con más exigencias en un proceso infinito. La meta no existe, el objetivo es el camino y debemos acostumbrarnos a estar siempre en tránsito.

Paralelamente, padecemos en ese camino a los que pretenden que afrontemos cualquier desafío de modo simplista. Lamentablemente solo nos acaban de generar frustración y desasosiego, allá por donde pasan.

Me vienen a la memoria lo que demonizaron desde lo más alto, hace años, los minipisos de un modo irracional, para acabar luego naturalizando aquello de las “soluciones habitacionales”.

Nuestros dirigentes lo copan todo: cuánto puedes cobrar, cuánto y cómo trabajar, cómo relacionarte, cómo comer, cómo vivir, y hasta cómo pensar

Ya más recientemente, con la explosión de precios del mercado eléctrico, nos trataron de incitar infantilmente a poner todas las lavadoras de madrugada. ¡Nada arreglaron, pero salieron al paso!

Creo que hemos perdido el control de nuestras vidas y, como un rebaño, estamos al albor de lo que decida el pastor para esta semana, sin tener la seguridad que no sea una nueva ocurrencia.

Hoy hemos cambiado la cultura del esfuerzo por el acceso garantizado. Nuestros dirigentes lo copan todo: cuánto puedes cobrar, cuánto y cómo trabajar, cómo relacionarte, cómo comer, cómo vivir, y hasta cómo pensar. Todo son regulaciones y limitaciones, para que nadie se salga del standard que han decidido. El trayecto ya poco importa, el individuo va camino de ser aniquilado.

Hemos perdido libertad y eso nos hace más infelices

Dicen que es lo que tiene vivir en sociedad, pero coincidirán conmigo en que hemos perdido notablemente autonomía, eso que vulgarmente se llama libertad, y eso, mal que nos pese, nos hace ser más infelices.

Quedémonos con lo bueno. Vivimos, que no es poco.