Dice la RAE que una Tautología es una repetición innecesaria de un pensamiento, usando las mismas o parecidas palabras, que por lo tanto no avanza información.

El título de este artículo podría ser un ejemplo, y que la reacción del lector fuera saltarse esta lectura, prejuzgándolo como una pérdida de tiempo. Aquí es donde yo lanzo el reto al lector; lee el artículo, y decide entonces si perdiste el tiempo o realmente hay un mensaje interesante tras un título provocador. Pero decide entonces, no antes.

¿Tiene que existir y por qué no  voy a ser yo? Alguien tiene que ser la persona más feliz del mundo y me pregunto por qué no voy a ser yo esa persona. Quienes me conocen saben que, después de haber sufrido un ictus, estuve más para allá que para acá, dos meses en coma profundo de un total de seis meses ingresado en el hospital. Fue hace ya cuatro años, pero es algo que sigue muy presente en mi. Quizás sea por la hemiplejía que me quedó de recuerdo y me hace vivir en condiciones de movilidad reducida, antiguamente decían discapacitado. Pero esta situación, respecto a la vivida en el hospital, es todo un avance. ¿Cabe más felicidad que ser desahuciado por los médicos y disponer de repente de una prórroga, de una nueva vida? Recuerdo el día que, en mi cama de Oza, comencé a mover la pierna izquierda que un poco antes no lograba sentir. Acabé llorando y la enfermera que acudió a ver lo que pasaba lloró conmigo. Me sacaron de la cama y comencé mi rehabilitación.

Sesiones diarias con mi fisioterapeuta (mis músculos habían desaparecido…), y la terapeuta ocupacional. Un día tras otro…Con “mi fisio” mantenía conversaciones de lo más variado; sobre mi familia, sobre la suya…yo incluso escuchaba atento cuando se ponía a hablar con mi hermana (que venía a verme) de cocina. Solía coincidir esta visita con el mediodía, y ya se sabe: a la hora del aperitivo se nos hace la boca agua…

Pero de lo que hablamos más, mi fisio y yo, fue de mi Ictus (“ACV” o accidente Cardio Vascular, decía ella) y explicó los diferentes tipos de ACVs hasta llegar al mío: un aneurisma hemorrágico que según me contó era de los más graves… Poco a poco se adentraba en aspectos técnicos y -supongo que notaba que me iba quedando en fuera de juego- me recomendó un libro, escrito por un neurocirujano de prestigio internacional, un tal Henry Marsh, ‘Ante todo, no hagas daño’, que resultó ser sus memorias, escritas en formato didáctico, para explicar como habían sido sus operaciones, y claro, los aneurismas tenían su capítulo propio. No lo podía haber previsto, pero esta lectura me enganchó y acabé comprando ‘Confesiones’, que era la segunda parte de esas memorias. Seguramente sonará extraño quedar enganchado de semejantes contenidos… La realidad es que -tras pasar por la experiencia de un ACV, algunos capítulos me resultaron sorprendentes, y recuerdo en momentos notar mi piel de gallina. Por ejemplo, cuando describe la operación de los aneurismas y describe con detalle todos los riesgos que debe superar y lo cerca que en cada momento está de un desliz que provoque la muerte del paciente, o que quede afectado de manera irreversible…  Realmente llegué a la conclusión de que el hecho de haber sobrevivido a la operación, había sido un milagro.

Y más que este capítulo, me ¿impresionó?, ¿indignó…?¿llamó mi atención…?. Fue en un capítulo genérico, en el que comentaba como organizaba -en general- su agenda, y coordinaba a todo el equipo de sanitarios que estaban a su cargo.

No recuerdo la frecuencia, pero describía cómo reunía a su equipo, incluidos los médicos en prácticas, para que cada uno comentase en voz alta el tipo de paciente y problema de salud al que se enfrentaba… En esas “presentaciones”, Marsh preguntaba a cada médico el diagnóstico exacto y su opinión sobre si debían intervenir al paciente…o no.

Básicamente, la decisión de intervenir o no dependía de la dificultad de la operación, y del nivel de “calidad de vida” que el médico consideraba le quedaría al paciente, en los diferentes escenarios probables en la operación.

Como antes escribí, en este punto estaba yo “impresionado, indignado o sorprendido”. En resumen, me parecía que estos médicos estaban jugando a ser Dios, y como tal, y desde el poder absoluto, decidían si merecía la pena luchar por esa vida.

Mi indignación (seamos claros), no puede cuestionar o discutir la dificultad de la operación, claro.

Pero no puedo calificar más que de soberbia o muy arrogante, decidir si merece la pena vivir, dependiendo de las posibles secuelas tras la operación.

Yo me imagino a mi amigo Fede, si sus secuelas le impidieran correr maratones (que a veces parece es su máximo interés), imaginé cómo se quedaría Santi, si no pudiera volver a hacer surf o jugar al golf, y a Paco que le prohibieran subirse a los aviones (Paco está continuamente de viaje a Valencia o a Brasil…) o como le afectaría a Juan -un gran cocinero- perder los sentidos de olfato, sabor y tacto, que -en definitiva- le impedirían cocinar.

En mi caso, yo no tengo ningún interés en correr maratones, hacer surf… Considero que he viajado todo lo que tenía que viajar, y la cocina me gusta como “comensal”, más que de Chef.

Es decir; si juzgasen a mis amigos según mi tren de vida, cometerían el mismo error que estos médicos-dioses. Porque a estas alturas, mi objetivo vital es dar soporte a mis hijos en momentos de especial incertidumbre (estudios, primeros empleos…).

Cuando yo hablaba con mi fisio sobre cómo me encontraba, recuerdo emocionarme al explicarle que este ictus me había pillado en mal momento, porque -con cuatro hijos- consideraba que era el momento en que más podía ayudarles, por experiencia profesional, en el momento que ellos estaban terminando sus estudios o especializándose. Es decir, yo me consideraba “amortizado” como individuo, pero necesitaba ejercer de padre. Para eso quería yo más vida.

Posiblemente me acerca al perfil de padre-pesado que un hijo prefiere evitar, pero yo me quedo tranquilo si no sigue mis consejos. Que sea porque no quiere, y no por fuerza. Sin soberbia ni arrogancia. Pero recuerdo haber escuchado esos consejos, y pensar en ellos. Falta de ideas… Yo también fui joven, y también obvié consejos bienintencionados para tomar decisiones (es decir; equivocarme yo mismo).

No sé cómo una eminencia como Henry Marsh puede caer en semejante error, dejarlo por escrito, y pudo haber cercenado la vida de la persona más  feliz del mundo si hubiera sido mi neurocirujano.