Una reflexión sobre los valores que dan sentido a la vida de las personas y la necesidad de pararse, de vez en cuando, a responder a preguntas sencillas
Si puedo ser instintivo, ¿por qué ser respetuoso y tolerante?
Si puedo ser soberbio y orgulloso, ¿por qué ser sencillo y empático?
Si vivo a gusto a costa de otros, ¿por qué esforzarme en ser yo el camino?
Si puedo ignorar mis responsabilidades, ¿por qué aceptarlas y afrontarlas?
Si puedo conseguir privilegios personales o de tribu, ¿para qué eso de la “Igualdad”?
Si es suficiente con prometer, ¿qué necesidad tengo de cumplir?
Si puedo ser complaciente, ¿para qué torturarse con una realidad luchada?
Si puedo entretener y distraer, ¿para qué concienciar, promover, y de paso gobernar?
Si puedo soñar sin consecuencias, ¿por qué afrontar lo novedoso con prudente reflexión?
Si puedo contentarme con criticar, ¿qué necesidad tengo de aportar y mucho menos comprometerme?
Si en la confrontación buscamos nuestra guía, ¿qué sentido tiene ejercitar la comprensión o el diálogo?
Si con un “lo siento” nos sentimos absolutamente liberados, ¿por qué voy a gastar energías en que no se repita?
Si vemos en el agradecimiento un signo de debilidad, ¿que esperamos cuando llegue el momento de ser reconocidos?
Si domesticado alcanzo una vida aparentemente cómoda, ¿qué sentido tiene alardear del término “libertad”?
Si puedo manosear el cumplimiento de las normas, ¿qué clase de “Orden” espero me sea aplicado?
Si las cosas pueden hacerse mal, ¿por qué hacerlas bien?
No hay más preguntas señoría.