Entre presunto delincuente y patán notorio y declarado.

El caso Rubiales se reaviva; ahora con una presunta red de corrupción en torno a la RFEF, según el contenido del sumario que van difundiendo los medios de comunicación y las declaraciones de personas que estuvieron estrechamente relacionadas con él.

De momento, lo que vamos sabiendo huele a ambiente de hampones, maníacos del sexo y adictos al dinero y al poder. Un caso más de depravación, a la que, paulatinamente, nos vamos acostumbrando.

Atrás quedó el escándalo que generó el “pico” en el universo feminista, por abuso de poder y agresión sexual, al no existir consentimiento.  

El escándalo crece en torno a las prácticas fraudulentas de Rubiales, pero poco se habla de su actitud zafia y grosera durante la celebración del Mundial.

Poco o nada se habla de la actitud zafia, grosera, chabacana, vulgar, … y otros calificativos con los que definir las actuaciones de un cateto, patán, y maleducado, protagonizada por Rubiales inmediatamente antes del célebre “pico”.

Naturalmente me estoy refiriendo al gesto de “agarrarse el paquete” de forma visible, ostentosa, diría yo, para celebrar el éxito del equipo nacional femenino.

El hecho tuvo varias agravantes. A su lado se encontraban la Reina de España y la infanta Sofía, menor de edad. No me atrevo a poner más adjetivos; los dejo en manos de los lectores y de las feministas.

Lo hizo dirigiéndose al público, presente y televidente, lo que supone una afrenta para las perdedoras y sus seguidores, al tiempo que una vulgaridad.

Rubiales, que representaba a España ante el mundo futbolístico en el palco de honor, nos dejó a los españoles a la altura del betún y con la boca abierta.

Si con el gesto pretendía reflejar el “poderío” de las jugadoras españolas, la grosería machista fue improcedente desde el punto de vista de la anatomía femenina y, repito, del feminismo.

Rubiales, que representaba a España ante el mundo futbolístico en el palco de honor, nos dejó a los españoles a la altura del betún y con la boca abierta. 

En el estadio y en la televisión, miles de niños y niñas vieron el espectáculo: ¿qué pensarían?; ¿rieron, no le dieron importancia, emularían la actitud? En mi opinión, un escandaloso ejemplo en un acto de promoción del fútbol. 

El personaje merecería ser objeto de un análisis psicológico. 

Añado los adjetivos de osado y desvergonzado, por un hecho en el que no se ha reparado suficientemente. En el acto de auto exculpación y soberbia que protagonizó en la Asamblea de la RFEF –“¡¡no voy a dimitir!!”, repetido tres veces- estaban presentes sus tres hijas, dos de ellas menores de edad. ¿Qué pensaran de su padre, de su alarde de virilidad, de las supuestas orgías a cargo del fútbol español, de sus protestas de inocencia y de las aparentes irregularidades que aparecen en el sumario?

En toda sociedad debe haber, además, unos principios morales que regulen o condicionen la vida en comunidad mediante un comportamiento ético.

Además de lo dicho, quiero dejar constancia de la mezcla de sorpresa y pesadumbre que siento ante la valoración que se está haciendo del personaje. Los delitos de corrupción, coacción y agresión sexual se contemplan en el Código Penal y los jueces decidirán sobre su pertinente o no aplicación a Rubiales.

Al tratarse de delitos, el escándalo está servido, nos llevamos las manos a la cabeza y los insultos se escapan de la boca. Pero observo que, con la grosería y el mal gusto hay más tolerancia y comprensión, y se justifican como expresión de alegría, euforia o algo baladí. España ridiculizada, la Reina y la infanta objeto de una pública falta de respeto y los españoles abochornados -al menos el que esto escribe y algunos más.

Es preocupante que dejemos constreñido el bien y el mal, a lo legal o ilegal. En toda sociedad debe haber, además, unos principios morales que regulen o condicionen la vida en comunidad mediante un comportamiento ético.

Pero en el mundo de hoy, el relativismo se ha impuesto sobre la moral y la ética; y el juez supremo es la conciencia personal, basada en principios individualistas y, por lo tanto, relativistas.