Es vital repensar con humildad lo que fuimos, lo que somos y si es importante eso de la soberanía alimentaria.

El problema en el que estamos metidos toda Europa con el sector primario debiera provocar un periodo de reflexión. Las décadas de paz y estabilidad que vivimos en el viejo continente propiciaron un marco de seguridad y una vocación de ser modelo para el resto del mundo que, por lo que se ve, no ha dado el resultado deseado.

Las directivas europeas en cada uno de los sectores irradiaban modernidad y sostenibilidad. Aun cuando limitaban las actividades de muchos colectivos, todos entendíamos que debíamos caminar en esa dirección.

La globalización creciente en los últimos 20 años se vio como un proceso no solo normal, sino deseable. Las deslocalizaciones eran parte del proceso, pensábamos entonces que era nuestra aportación solidaria a esos países menos desarrollados.

Nos hemos convertido en un país dependiente, casi en exclusiva, del turismo y que no hemos sabido hacer próspero nuestro sector primario.

Mientras aquí hacíamos crecer nuestro sistema de protección social, no nos empeñamos en la misma medida en exportar también ese modelo para el resto del mundo. Acabamos pues comprando todo fuera y desmantelando lo propio. ¿Quién puede competir desde aquí con esas reglas de juego?

Nos hemos convertido en un país absolutamente dependiente, entregados casi en exclusiva al turismo y que no hemos sabido, a pesar de años y años de millonarios fondos europeos, ni proteger ni hacer próspero nuestro sector primario. Ha tenido que venir una turbulencia como la actual para darnos cuenta de lo frágiles que somos.

En mi opinión, lo que procede es repensar con humildad lo que fuimos, lo que somos y si es importante eso de la soberanía alimentaria, porque esto se nos va de las manos. Una reflexión sin rencor que abra luz sobre las claves para blindar nuestra prosperidad.

¡Hay tarea!