Vivimos en una sociedad que escamotea el problema de la muerte todo lo que puede.

Dr. Francisco de Asís Fernández Riestra

La sociedad no comprende o no acepta que la muerte está incluida en la vida y que desde el nacimiento morimos un poco cada día. Ahora los hospitales prolongan la vida, muchas veces artificialmente y de forma indigna. Antes la gente moría en su casa, rodeada por su familia y asistida espiritualmente por el cura de su parroquia.

Cada vez, con más frecuencia, los médicos aceptan la idea de decir la verdad a secas al paciente al que le quedan pocas horas o días para morir. En ese tema hay que andar con cuidado. Seguramente, esa forma de hablar con los enfermos viene de la costumbre de la medicina de EEUU, que como en tantos aspectos de su cultura, tiende a la productividad, en lo bueno y en lo malo.

Pero cada enfermo es diferente y es un hecho clave a tener en cuenta.  Para muchos, es importante el hecho biológico de seguir vivos, y se aferran a ello, la mayoría de las veces, por el amor a su familia o porque aún les quedan cosas por hacer:  viajar o escribir, por ejemplo. O simplemente dejar bien arreglados sus papeles o la herencia.

Shakespeare lo dejó escrito: “los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadero final, los valientes prefieren la muerte una única vez”  

Otros, sin embargo, creen que su vida ha sido más o menos completa y lo que quieren es morir con dignidad y eso hay que respetarlo y no prolongar de modo antinatural lo que va a ocurrir.

Por ese pánico de la sociedad actual a la muerte, es por lo que no se entiende hoy el canto de los legionarios “soy el novio de la muerte” o de “viva la muerte”.  A nadie le gusta la guerra y casi siempre, por no decir nunca, no está justificada. Pero ese grito de coraje es necesario para los que tienen que desmitificar el hecho en sí, en el preciso momento de entrar en combate. 

De algún modo, les hace olvidarse del dolor que pueden sufrir. Les galvaniza, para afrontar el tremendo acto de saltar de la trinchera al oír el silbato o salir a cuerpo descubierto contra el enemigo que les espera. Shakespeare lo dejó escrito: “los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadero final, los valientes prefieren la muerte una única vez”  

En una sociedad blanda, rodeada de algodones como la nuestra y con todo al alcance de nuestra mano en el supermercado de la esquina, esto no se entiende.

Contamos con medios suficientes para suministrar a nuestros enfermos graves un estado de tranquilidad y evitarles el dolor, sin necesidad de llegar a una eutanasia programada

Es parecido al hecho de las familias que, por evitar el momento decisivo, les exigen a los médicos la prolongación artificial y penosa de su padre o abuelo, añadiéndole, sin darse cuenta con ello, un mayor sufrimiento.  

Muchas veces como internista, me he visto obligado a explicar a esos inquietos y temerosos familiares, que mi obligación principal era la defensa del paciente frente al encarnizamiento terapéutico. 

Hoy en día, contamos con los medios suficientes para suministrar a nuestros enfermos graves, un estado de tranquilidad y evitarles el dolor con los modernos analgésicos y sedantes, sin necesidad de llegar a una eutanasia programada, que a muchos de nosotros nos impide nuestra conciencia. 

Deberíamos de reflexionar sobre todo esto y pensar en cada caso que se nos presente, con la cabeza y el corazón. Es seguro, que de esta manera casi siempre acertaremos y podremos evitar tristezas o desagradables quejas o demandas.