No es difícil, al pasear por nuestra ciudad, encontrarnos con “inquilinos de la calle”. Vaya por delante nuestra solidaridad y nuestra preocupación por estas personas a las que la vida, en algún momento, les ha dado un golpe del que no han podido o sabido recuperarse. Pero precisamente, porque somos una sociedad avanzada y concienciada, hemos creado mecanismos para ayudarles, claro que el asunto estriba en cuánto y en cómo trabajan los responsables de poner en marcha dichos mecanismos allí donde tienen competencias, y las ciudades las tienen, A Coruña las tiene.

Entonces, si es así, ¿qué pasa en A Coruña donde, como bien señalaba en el día de ayer un diario en su sección local, personas con serias carencias vitales deciden vivir en condiciones infrahumanas en una determinada zona de la misma? Concretamente ayer se hacía referencia a personas que malviven en la pérgola de la conocida como “finca de los Mariño” y en la zona aledaña bajo el Paseo Marítimo del Matadero. Aquí, a la lógica molestia para los visitantes y a la generación de basura que dejan, debemos destacar el peligro que para su propia seguridad entraña la zona cuando cae la noche por falta de iluminación, en caso de tormenta, o si alguien se encontrase indispuesto. Han sido constantes las denuncias de los vecinos de la zona por esta triste realidad, pero desde María Pita no ha existido la más mínima respuesta.

Desafortunadamente, no es esta la única situación de emergencia social que se ha dado o se sigue dando a lo largo de la geografía de nuestra ciudad; todos recordamos el largo tiempo que permaneció un hombre en situación muy poco salubre para él mismo y para el entorno en plena calle de la Torre, ni tampoco la simpática anciana que pasaba sus días en un portal de la calle Pérez Cepeda y que falleció recientemente. Seguramente también recordaremos a la anciana que acampaba en las Esclavas, al grupo que comparte vida en los alrededores del Conservatorio, a los hombres que han hecho un pequeño habitáculo de la entrada de locales comerciales cerrados en las calles Real, Barcelona o Galera, y por supuesto al hombre que vive (sin pedir limosna ni molestar a nadie, como él mismo reconocía en un reciente artículo de prensa) en un reducido espacio del anfiteatro del parque de Santa Margarita.

Pero existe otro modelo de encontrar un techo cuando llevas en tu “mochila vital” el doloroso peso de una familia a la que dar cobijo careciendo de recurso alguno para ello: la ocupación (que no debe confundirse con el fenómeno okupa con raíces en realidades bien distintas). Hace apenas unos días hemos asistido atónitos al vergonzoso espectáculo retransmitido por varios medios de comunicación, tanto a nivel nacional como autonómico, de la limpieza realizada en el número 120 de la Ronda de Nelle, en cuyo edificio todas las plantas están ocupadas por familias enteras con niños a su cargo sin luz ni agua corriente, con serias carencias de higiene,  lanzando su basura al patio de luces con la consiguiente situación de grave insalubridad; para hacerse una idea del alcance de la situación baste señalar que se llenaron tres camiones con lo retirado de allí.

Esto no pretende ser una relación exhaustiva, sólo un ejemplo de estos tristes casos que se repiten a lo largo de nuestra ciudad, por lo que cabe preguntarse ¿qué ha hecho la concejala de Servicios Sociales, Yoya Neira, para atender a estas personas? ¿a qué ha dedicado su tiempo la resabiada concejala para que esta realidad siga acompañándonos cuatro años después del inicio de su primer mandato al lado de Inés Rey?

Es vox populi que la concejala no es precisamente una adicta al trabajo, incluso hay quien dice desde la propia área que dirige que si quieres una cita con ella es mejor dirigirse a alguno de los bares colindantes con el propio Palacio Municipal que encontrarla en su despacho que, sorprendentemente no está en Cuatro Caminos con su personal, sino lo más cerca posible de Alcaldía.

Su fácil verborrea y su impostada simpatía han hecho de la señora Neira una perfecta artista de la política en la que lleva ejerciendo más años que cualquiera de sus compañeros concejales, porque el gran mérito de esta señora es haberse convertido en una superviviente: sobrevivió al naufragio del alcalde Losada, al de la concejala Mar Barcón -otrora mujer poderosa del socialismo galaico y coruñés, y ex amiga de la señora Neira-, escaló hasta ser portavoz desbancando a dos compañeros José García y José Manuel Dapena, y finalmente se encaramó hasta el tercer puesto de la lista de Inés Rey en el 2019, suponemos que por el mérito de ser amiga del alma de Lage Tuñas, y ahí se ha quedado. Desconocemos si alguna vez ha tenido vida profesional como letrada pero no parece.

Las asociaciones sociosanitarias no tienen muy buen concepto de la edila y ella parece acallar su mala o nula conciencia respecto a ellas y a toda su gestión tirando de la chequera pública que pone a su alcance su buen amigo de Outes a través de subvenciones más o menos abultadas según sean más aduladoras con ella o no, cuando no le pasa directamente el muerto a entidades benéficas a través de una dotación económica, y aquí paz y después gloria.

Dicen quienes la conocen que es una persona fría, calculadora y exenta de cualquier sentimiento de solidaridad, lo cual no parecen características muy apropiadas para quién debe dirigir una concejalía donde la sensibilidad, la proximidad y el tacto deben ser señas de identidad, quizás en ello estribe el naufragio absoluto de su gestión en la integración de los “inquilinos de la calle” y de las familias que ya viven al margen de la sociedad. Pero qué se puede esperar de quien no ha dudado en denunciar al propio Gobierno del que forma parte por no otorgarle una beca a su hijo para estudiar en el extranjero.

Este es el problema de poner a gestionar importantes competencias a personas incompetentes política e incluso personalmente: las brechas sociales se agrandan y hay más personas que están y se sienten solas y abandonadas por quienes deberían prestarles atención. Quizás la señora Neira debería estar menos en los bares y más en las calles.