Una reflexión serena sobre la ausencia de mecanismo que nos garantice que no existe abuso de poder en los partidos políticos con responsabilidad de gobierno.
En España, los primeros escándalos de la era democrática surgieron en los años noventa del pasado siglo, cuando supimos de Filesa, Matesa y Times Expot y conocimos lo fácil que resultaba financiar de forma irregular partidos políticos, en aquel caso el PSOE. Años más tarde, ya en este siglo, sería el PP quien recogía el testigo, era encausado y condenado por lo mismo, una enrevesada “Trama Gúrtel”, se organizó para la financiación ilegal de este partido.
En definitiva, se trata de dos variantes de lo mismo, desde una posición de poder se controlan presupuestos y adjudicaciones de importantes instituciones. Adjudicaciones no basadas en el interés general, si no en el del partido político en el poder. Esto no se improvisa, exige unos cuadros dirigentes de absoluta confianza, más que de capacidades de gestión de las personas al frente de cada Institución.
Esta situación, identificada, localizada y condenada en nuestro país, conduce a dudar si en las respectivas elecciones estamos votando a verdaderos partidos políticos, con vocación de servicio público, o a entramados de intereses que, desde la sombra, se repartirán los presupuestos de gasto públicos o, pasando el trámite que precede a la generalización de comisiones, incluso adjudicaciones al margen del interés general.
La independencia del Poder Judicial tiene tanta credibilidad como la política de “puertas giratorias” que unos y otros practican sin mayor escrúpulo ni intención de ocultarlas o maquillarlas.
Si hasta aquí estamos de acuerdo, es el momento de abandonar la corrección política y hablar claro: ¿Estamos ante Partidos Políticos u Organizaciones Criminales? Recuerdo la asignatura “Ciencia Política” durante la carrera (Económicas), hace cuarenta años. Igual que lo era entonces es hoy un buen tema de debate, pero estuvimos muy ocupados memorizando Teorías y pensadores pasados (no me preguntes quienes…me olvidé). O sea, que no nos dio tiempo a pensar por nosotros mismos y eso nos llevó a que todo siga igual.
No resulta cómodo, ni exento de riesgo, plantear ahora este debate. Pero, por otro lado, parece infantil pensar que no hablar sobre esta cuestión hace desaparecer el problema y, lejos de ser una exageración, sucesivas sentencias judiciales nos despiertan de ese “sueño idealista” que apunta a que detrás de la discutida separación de poderes, existe un sistema con mecánicas que, de forma automática, depuran responsabilidades y evitan que se repitan malas prácticas. Ocurrió en el Siglo XX y está ocurriendo en el XXI, recién estrenado.
La independencia del Poder Judicial tiene tanta credibilidad como la política de “puertas giratorias” que unos y otros practican sin mayor escrúpulo ni intención de ocultarlas o maquillarlas.
Los cuadros de los partidos se alinean, desaparecen las opiniones de quienes considerábamos referentes, se purgan las “corrientes de opinión” y las críticas duran lo que tarda en discutirse las listas de las siguientes elecciones o el reparto de cargos tras las últimas.
Mientras, los cuadros de los partidos se alinean, desaparecen las opiniones de quienes considerábamos referentes, se purgan las “corrientes de opinión” y las críticas duran lo que tarda en discutirse las listas de las siguientes elecciones o el reparto de cargos tras las últimas.
La calidad de las aportaciones a los debates por parte de los políticos es cada vez peor, hasta el punto de que hoy en día cualquiera que aparezca en un debate televisivo bajo el cartel de ”comentarista político”, sin ruborizarse, puede opinar sin que se note diferencia con un político “auténtico”. Los ciudadanos sufren la llamada “desafección política” y nos asombra el nivel de abstención en las elecciones. Mientras, se acaba de conocer otra supuesta corruptela por las mascarillas dichosas. En el fondo, ¿para qué perder el tiempo en escribir sobre esto?
Mi aportación: ¿De verdad hay que seguir hablando de Partidos Políticos?.