Comparemos los objetivos -para pasado mañana – de la Agenda 2030 y el mundo de hoy. ¿Pueden resultar creíbles?, o ¿se trata de un barniz para tranquilizar conciencias y guardar las apariencias?

La sociedad actual se caracteriza por la rapidez con que se producen los cambios tecnológicos, científicos, económicos, culturales, sociales, políticos, …, a los que yo añadiría las frecuentes paradojas en numerosos ámbitos de la vida.

El consumismo compulsivo es el fundamento del crecimiento económico, mediante el aumento del gasto en productos manufacturados, recursos naturales, energía, información, etc. Una de sus paradojas consiste en que la publicidad que lo fomenta convive con consejos sobre cómo proteger la naturaleza, utilizar con mesura los recursos naturales, … (Agenda 2030).

Ni los ecologistas desechan el consumo de productos generadores de residuos contaminantes. Si alguno aceptara despojarse de las prendas y complementos fabricados con fibras artificiales no degradables, tendría que cubrirse sus vergüenzas con las manos. Recuerdo una imagen de Greta Thunberg niña desayunando en el tren rodeada de envases de plástico.

Un consumo frenético, posible por el bajo precio de lo que consumimos porque se produce en condiciones inhumanas de trabajo por parte de industrias altamente contaminantes.

Eso sí, al mismo tiempo, la Agenda 2030 defiende la lucha contra la pobreza, la educación de los niños trabajadores y, ¡cómo no!, la limpieza ecológica en esos países que sobreviven gracias al consumo desordenado de una parte de los habitantes del planeta -recordemos sus ríos, costas, campo o suburbios de sus ciudades.

Consumo desaforado gracias a países como la China-comunista-capitalista, ante cuyos atractivos precios cerramos los ojos para no ver las condiciones de vida de cientos de millones de seres humanos, al tiempo que enarbolamos la bandera de la libertad y los derechos humanos.

Otra gran paradoja es que vivimos a corto plazo, seguimos consumiendo futuro, pese a las previsiones de la Agenda 2030. Buena prueba de ello es el alto nivel de endeudamiento de los países supuestamente más ricos: EE.UU. -30 billones de euros-, Japón, Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, Canadá, España, …

¡Qué decir del antagonismo político, militar y económico entre las dos naciones más poderosas del planeta, que pugnan por dominarlo!, situación que convive con el hecho de que China es el primer acreedor de EE.UU.

La gran hipocresía de la Agenda 2030, que aboga por un mundo solidario unido por vínculos de colaboración a todos los niveles para erradicar la pobreza, estriba en que los países ricos rechazan la inmigración porque no están dispuestos a compartir su bienestar.

Estrechamente relacionada con lo dicho en el párrafo anterior se encuentra la antinomia entre el continuo decrecimiento de la población en los países ricos, la negativa a la entrada de inmigrantes, la insuficiencia de medidas para incrementar la tasa de natalidad mediante la protección a la familia y ayudar a las mujeres embarazadas para que lleven a término sus embarazos.

Otra incongruencia. Vigente el relativismo moral en virtud del cual las normas básicas de conducta personal son las de cada individuo, proliferan los gurús ideológicos, culturales y políticos que transmiten consignas y lemas que se asumen como normas.

En la denominada aldea global, en la que la comunicación es instantánea pese a las distancias, la soledad gana terreno cada día.

Por un lado, se defienden la democracia y los derechos humanos y por otro se entablan amistades peligrosas por razones estrictamente económicas, con países en los que se violan esos principios.

También la Agenda 2030 se refiere al objetivo de igualdad entre todos los seres humanos, especialmente a la igualdad entre mujer y hombre, que se desvirtúa con la ambigüedad del “género”, confuso y contrario a la condición natural del sexo, que no se puede elegir. Tampoco podemos olvidar las relaciones fraternales con países en los que la mujer vive sojuzgada.

Decía Zygmund Bauman que “El cambio es lo único permanente y la incertidumbre lo único cierto”: ¿qué nos queda por ver?

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