¿Es imposible el entendimiento entre las generaciones de ayer y de hoy?
Desde hace algún tiempo han ido aumentando los críticos a la Transición, que resaltan lo que consideran defectos, componendas y claudicaciones en temas como forma del Estado, autonomías, nacionalidades históricas, derechos forales, enseñanza, relaciones del Estado con la Iglesia, sistema electoral…
La Transición, y como quintaesencia de ella, la Constitución, fue el resultado de lo que hace 48 años era viable, para que fuera admitida por partidos políticos de las tendencias más variadas: monárquicos, republicanos, franquistas nostálgicos, franquistas reformistas, falangistas, socialistas, tradicionalistas, comunistas, revolucionarios, anarquistas, nacionalistas… y cada grupo con variantes numerosas: en torno a 200.
Obviamente, fueron muchas las concesiones que todos tuvieron que hacer para concitar la adhesión de los españoles: en la votación de la Ley de Reforma Política participó el 77,8 % del censo electoral y los votos afirmativos fueron el 94,17% de los emitidos. La aprobación de la Constitución tuvo diez puntos menos de participación y fue apoyada por el 91,81 de los votantes.
Los años setenta fueron tiempo de diálogo, transacción, ilusión, esperanza, alegría, reconciliación, amnistía… ideas que germinaron pese a la resistencia al cambio por parte de los nostálgicos, la permanencia en el ejército de numerosos mandos que habían participado en la guerra civil y la acción de los terroristas -que no combatían contra un franquismo legalmente desaparecidos- y mostraban su objetivo de siempre, la independencia.
Los sentimientos a los que me he referido quedaron poéticamente reflejados en un ramillete de canciones que llegaron a constituirse en himnos de la democracia. Sus compositores e intérpretes eran jóvenes embargados por la esperanza de la libertad.
Había un deseo de unión para acometer la transformación de la sociedad, que Labordeta expresó en Canto a la libertad: “Haremos el camino en un mismo trazado, uniendo nuestros hombros, para así levantar a aquellos que cayeron gritando libertad”.
Raimon, Al vent, expresaba de forma positiva el objetivo final del proceso de cambio: “Buscando la luz, buscando la paz, buscando a Dios, el viento de todo el mundo”.
Armenteros, Libertad sin ira, recordaba la guerra civil e invitaba a los españoles a alcanzar la libertad de forma serena: “Dicen los viejos que en este país hubo una guerra, que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas”.
María Ostiz, Un pueblo es, un pueblo es, marcaba a los políticos la forma en que deberían acercarse al pueblo para obtener su confianza: “Con una frase no se gana a un pueblo, ni con un disfrazarse de poeta, ni con una canción que impregne el odio… A un pueblo hay que ganarlo con respeto, mirando al frente y sin volver la espalda, respetando las canas de su tierra, la sonrisa al aire en cada esquina y trabajar, trabajar, uniendo vida a vida.”
Sólo así, con ese espíritu reconciliador y mirando al horizonte, se podría desterrar la idea de las dos Españas, que Víctor Manuel reflejaba en estos versos de Camisa blanca: “España, camisa blanca de mi esperanza, a veces
madre y siempre madrastra, navaja, barro, clavel, espada.”
Reitero la línea de mi anterior columna: es tiempo de hablar, votando, y, como dice la canción Habla pueblo, habla, Aute, “no permitas que roben tu palabra, habla sin temor, que nadie apague tu voz… no escuches a quien diga que guardes silencio, no dejes que nadie decida por ti… ¿Quién puede obligarte a
callar?”
No demos ocasión para que interpreten nuestra opinión por no haber votado.