Si la elección se realiza sin reflexión, basándose exclusivamente en la inmediatez, la apariencia, el halago, las luces…, el riesgo de que acabe en frustración es muy alto

 

Los seres humanos buscamos modelos en otras personas, desaparecidas o de nuestro tiempo, para los diferentes ámbitos de nuestra vida profesional, religiosa, ideológica, cultural, artística… Búsqueda que puede basarse en la sabiduría de esos modelos, su autoridad, dedicación a los demás, emprendimiento, imaginación o cualquier otra cualidad de un ser humano. 

Esa elección de arquetipo es de suponer, que se realizará tras un proceso de reflexión y maduración que tenga en consideración la información necesaria, la concreción de las aspiraciones y objetivos que se pretenden, las capacidades y limitaciones personales, y que se decidiera en un ámbito de libertad. Naturalmente, asumiendo los derechos, obligaciones y responsabilidades inherentes.

Dentro de estos paradigmas personales, y refiriéndome a algunos jóvenes, es frecuente que seleccionen a personajes populares, de los que están expuestos en el escaparate social cada día, tales como artistas, deportistas, los denominados “influencers” -que marcan modas, costumbres, lenguaje, comportamientos, gustos, …- tropilla televisiva de tertulias, sin reparar demasiado en el coste personal del éxito aparente de estos personajes.

 La elección puede llevarse a cabo pasando por alto los sacrificios y preparación previas, las consecuencias personales por asumir un determinado estilo de vida, la trastienda del personaje elegido, etc.

Young cheerful friends having fun on a rooftop. Focus is on woman. Copy space.

En suma, tienden a reparar sólo en lo inmediato, en la apariencia, las luces, los halagos, el ruido que les rodea, la notoriedad, su capacidad para influir en los demás -es decir, en ellos mismos, que son los que eligen. 

Algunos de esos arquetipos resultan inalcanzables para la mayoría, ya sea en cuanto a belleza, estilo, éxito, fortuna, inteligencia, profesionalidad, …, y acaban sintiendo sensación de frustración.  Algunas de estas decepciones buscan soluciones inadecuadas, que conducen a una espiral de fiascos.

Recientemente ha fallecido el cantante británico Lyam Payne, de forma trágica y repentina, sin que sea necesario entrar en los detalles de la causa de su muerte. Por lo que ha salido en los medios de comunicación, inició su carrera profesional siendo muy joven, casi un niño, con un éxito arrollador desde el primer momento, entendiendo ese éxito, en términos de dinero, seguidores, popularidad, halagos, ….

Sus fans levantan hoy altares con su imagen, que rodean de luminarias, flores y frases de admiración; lloran por la pérdida de su ídolo y se fijan en lo que han perdido, sin pensar en cómo ha sido el itinerario de su corta vida y la influencia que pueda haber tenido en su final. Estas escenas de llanto colectivo por el héroe que se fue son frecuentes, no hace falta citar nombres de ayer y de hoy.

 Ante un suceso como éste, recuerdo inevitablemente ciertos programas de televisión, en los que vemos a padres orgullosos que acompañan a sus hijos menores de edad a participar en competiciones, con el fin de potenciar determinadas dotes artísticas, deportivas o de cualquier otro tipo. 

Y siento una cierta desazón, porque, sin dudar de los méritos de los aspirantes ni de la recta intención de sus padres, tengo la sensación de que los están induciendo a la elección de paradigmas peligrosos.