Nadie es capaz de entender que lo que hace fascinantes algunos parajes es precisamente lo que les diferencia de lo estándar

Cuentan que ahora está mayor e vello. Pero hubo un momento en el que el tío estaba en plena forma. Tanto podía servirte un descomunal pote de caldeirada de pinto, como vararte una lancha hasta arriba de hachís cuando el mar daba tregua. Se o chamas por Manolo, nin se volve. Lo dicen porque se le conoce por el mismo nombre de la casa de comidas que regentaba, sobre la misma arena. Ayudaba a su mujer, a su hija y a su yerno, aficionado también al “orilleo”, y cuyo accidental ahogamiento yendo al percebe, dibuja todavía fortuitas miradas entre mis contertulios mañaneros de café con aguardiente.

Pero el clan de Manolo ya no sigue allí. El lugar se llama “Sal y arena”, “RokasBeach”, o cualquier gilipollez parecida. Nos vamos, bien atendidos, pero con un hambre de carajo en busca de una ración de raxo como Dios manda. No son estos más que nuevos indicios de la inevitable desaparición de uno de los rincones más mágicos de la Costa da Morte. Como tantos antes. 

No tiene sentido la colonización forzosa de todo aquello que ha quedado al margen de la modernidad. Lo auténtico y genuino se cambia por lo postizo y adulterado

Me va a explicar alguien el sentido que tiene la colonización forzosa de todo aquello que ha quedado al margen de la modernidad. Parece que nadie es capaz de entender que lo que hace fascinantes algunos parajes es precisamente lo que les diferencia de los estándares y sucedáneos que nos comen por los pies. Lo auténtico y lo genuino, por lo postizo y lo adulterado.

Ya se pueden meter la bandera azul donde les quepa y, también, busquen un buen sitio los choniselfies, tiktokers, instagramers, o como coño se llamen, para meterse sus historias sobre playas y rincones de ensueño. Y de paso, los periódicos con sus especiales sobre “Los desconocidos rincones de Galicia que debes conocer”.  

Sería importante dejar de publicar reportajes sobre rincones de Galicia que deben conocer la horda de influencers que invaden nuestras playas

Los que nos estremecen los paseos marítimos, los parkings y los baños públicos, defendemos reductos sin gestión de residuos, porque las playas las limpiamos nosotros; no nos importa la ausencia de socorristas porque tenemos todo el derecho a elegir nuestra manera de morir y, para llegar, poco nos ocupamos de la amortiguación del coche. 

Cuando alguien escribió allí el letrero “Apadrina un bache”, lo entendimos bien. Si no había más remedio, apañábamos para cubrir algún que otro boquete. Pero ahora, el asfalto llega hasta el mar, y los molinos beben del viento en los mismos sitios en los que a los locales se les ponen mil trabas y regulaciones limitantes para que puedan dar cama y tertulia de la buena a los visitantes.

¡Cánto custa chejar a vello, Manolo! e ¡cánta inorancia vén tras eses modernos!