Cuando una persona busca la soledad, huyendo del mundanal ruido, del estresante ritmo al que late la sociedad, o del laberinto de los atascos y la polución alcanza muchas veces ese deseado estado de paz, sosiego y tranquilidad, pero es una situación pasajera y temporal, porque sabe que, más pronto que tarde, volverá al frenético día a día.
Pero cuando ese aislamiento viene impuesto por las circunstancias personales, familiares o sociales esa soledad se convierte en un infierno. Y la mayor parte de las veces en una interminable carrera de obstáculos que muchas personas mayores tienen que sortear a diario enfrentándose a un muro insalvable.
Ya definía el último informe de Caritas Inter parroquial de A Coruña La Soledad como el nuevo modo de pobreza del siglo XXI. Su directora, Pilar Farjas, se expresaba en estos términos:
“Estamos ante la soledad como un factor de empobrecimiento, ante la ausencia de recursos sociales y familiares para poder llevar una vida digna. Muchas personas mayores viven en sus domicilios, pero los servicios públicos son incapaces de atenderlas. Estas personas necesitan asistencia y ayudas para hacer sus gestiones ante las administraciones públicas, las entidades bancarias…y poder afrontar sus problemas. Tramitar un expediente, solicitar una ayuda, una cita, la atención a domicilio…son tareas que no saben cómo afrontar y eso contribuye al empobrecimiento de las personas mayores en soledad”.
Y es que, en nuestra ciudad, más de 32.000 personas viven en soledad, sin que las administraciones hayan caído en la cuenta de que han abandonado a este numeroso colectivo de ciudadanos. Los servicios sociales municipales, los más próximos a estos ciudadanos y los que tienen la competencia más directa sobre ellos, sencillamente los ignoran.
Las barreras levantadas por la administración para realizar cualquier tipo de trámite o gestión -que a causa de la pandemia se han elevado mucho más- sitúan a estas personas en una clara desventaja, frente a quienes por su edad sí se han hecho con el manejo de las nuevas tecnologías para poder desenvolverse y sobrevivir en esta frenética sociedad.
Pero por si no fuera suficiente con las trabas impuestas por las administraciones, contra las que hay que luchar a diario, cuando una persona mayor tiene que recurrir a los servicios de cualquier entidad bancaria se levanta otro muro insalvable, con citas previas, trámites digitales y un trato a veces vejatorio y prepotente que hunde al ciudadano más aun en ese estado de soledad.
Si estamos ante un nuevo modo de pobreza como es la soledad de las personas mayores, quizá los servicios sociales podrían mostrar mayor sensibilidad a esta situación, en lugar de delegar estas tareas en otras entidades benéfico-sociales como hacen en la actualidad.
Pero parece que la clase política dirigente apuesta más por el despilfarro del dinero público para la compra de voluntades, regalando bonos culturales, habilitando líneas de ayudas, y enviando sueldos vitalicios a cambio de nada.
¿Por qué no buscar esa solidaridad tan cacareada en muchos casos, para que quienes reciben de la Sociedad una remuneración a cambio de nada presten ese servicio de acompañamiento, ayuda y atención a nuestros mayores?
¿Y por qué las administraciones no se centran en el diseño de un programa de atención, actividades y seguimiento de este gran colectivo que supone más del 30% de los hogares coruñeses y cerca del 15% de la población?
La titular de Servicios Sociales en el Gobierno Municipal no puede continuar delegando sus responsabilidades en entidades ajenas. Y si es incapaz de afrontar la situación, quizá debería dar paso a otro de sus compañeros con mayor capacidad y competencia en materia de servicios sociales.