Hay que repasar el discurso del Rey del 3.10.2017, la declaración unilateral de independencia, la sentencia del TS y la Constitución, además de tener en cuenta la diferencia entre indulto y amnistía.

Tras las elecciones, medios de comunicación, tertulianos, ciudadanos, redes sociales, hablan de pactos, propuestas, exigencias, opiniones, condiciones, etc. que plantean Puigdemont, Sánchez, Feijóo, Rufián, Junqueras, Otegui, González, Guerra, Redondo, Leguina, Page… Ellos son los protagonistas.

No es frecuente en estos días hablar del Rey Felipe VI, salvo de los actos oficiales en los que participa por razón de su cargo. Es verdad que también se ha hablado de su familia, con motivo de la salida del hogar de sus dos hijas, en proceso de formación. Un momento entrañable para cualquier pareja.

Muchos padres sufren lo que se llama síndrome del nido vacío, cuando los hijos han salido de casa y se encuentran frente a frente cada día en todos los actos  rutinarios, habituales de cualquier ser humano. Irán habituándose, como los demás lo hemos hecho, a esa nueva etapa de su vida. Pero a esa soledad, se une otra. El Rey se encuentra solo, ante los acontecimientos que se vienen sucediendo y las posibilidades que se barajan. ¿Quién habla del Rey?, ¿de su digno y prudente silencio?, ¿de lo que pensará sobre su futuro y el de su familia?, ¿sobre el hipotético momento en que tuviera que sancionar una ley de amnistía o de ejercicio del derecho de autodeterminación,…?

Una de sus obligaciones, es la de “sancionar y promulgar las leyes” (art. 62, a) de la Constitución), por ejemplo la de amnistía, aunque ponga en tela de juicio conceptos como unidad y permanencia de España, pues ese es el significado de amnistía: “Olvido de delitos, que extingue la responsabilidad de sus autores”. Más claramente, equivale a decir que no hubo delito el 1 de octubre del año 2017, ni hubo responsabilidad.

Añadamos que, previamente, se suprimió uno de los delitos por el que fueron condenados, el de sedición y se modificó el de malversación.

En román paladino, el Rey, cuando se enfrente al texto que le pongan a la firma, tal vez piense “donde dije digo, digo Diego”.

Recordará algunas de las 644 palabras de su discurso del día 3.10.2017:

– “…pretensión final de la Generalitat de que sea proclamada, ilegalmente, la independencia de Cataluña.”

– “…determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, han venido incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía…”

– “…culminación de un inaceptable intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña…”

– “Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional…”

También tendrá presente la sentencia del TS condenando a quienes cometieron los delitos según la legislación entonces vigente, que la “mayoría de progreso” se encargó de modificar o eliminar del Código Penal.

¡Cómo podrá olvidar la Declaración Unilateral de Independencia del 1 de octubre de 2017!: “CONSTITUIMOS la República catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social.” Pensará en las vejaciones e injurias de que ha sido objeto -la próxima será la supresión del delito de injurias al Rey-, como la quema de los símbolos nacionales y los insultos a España.

Una de sus obligaciones es la de sancionar las leyes (art. 62, a) de la Constitución). ¿Dudará? La situación será delicada, se sentirá solo a la hora de decidir, como tantas veces nos sucede a los seres humanos.

Si firmara, estaría creando el precedente para sucesivas pretensiones, como la del derecho de autodeterminación -de momento del pueblo catalán-, por poner un solo ejemplo. Si no firmara, estaría abriendo la puerta al objetivo último del gobierno progresista en funciones y de los partidos que le apoyan: el fin de la Monarquía.

Quien cambia de opinión con tanta facilidad, podría hacerlo una vez más, por la estabilidad de España y para evitar una humillación al Jefe del Estado.

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