Javier Gómez Taboada

Abogado tributarista. Socio de MAIO LEGAL (www.maiolegal.com)

 

En dos recientes entrevistas (una radiofónica y la otra periodística), me plantearon dos preguntas muy similares respecto a la progresividad: si realmente funciona, si es la apropiada, si es exigible a todo el sistema…

Creo que de la progresividad sería predicable ese tópico de que todos sabemos lo que es, pero malamente podemos explicarlo. Incorpora esa verdad absoluta aplaudida por (casi) todos: que pague más quien más gana, quien más tenga. Hasta ahí, más o menos todos de acuerdo. Y es que la letra suena bien, el problema es cuando le vamos poniendo la música.

Así, cabe hacer las siguientes observaciones: esa progresividad -cuya antonimia sería la regresividad-, es un mandato constitucional y, por tanto, el Legislador no puede abstraerse de ello. Pero, siendo así, ¿debe aplicarse impuesto a impuesto, o valdría con que se considere un resultado de todo el sistema en su conjunto? Bueno, yo creo que la suma de factores no altera el producto: si se predicara de cada impuesto singularmente considerado, también el sumatorio de su conjunto lo sería.

Sea como fuere, en el horizonte hay nubarrones: así, en los impuestos indirectos (paradigmáticamente, en el IVA), cualquier alza de recaudación suele tener un sesgo regresivo. Si España procurara equipararse con los países de nuestro entorno y gravar más productos de la cesta de la compra al tipo general, los perjudicados -muy sensiblemente- serían los más desfavorecidos; lo que evidenciaría lo regresivo de esa medida.

En los impuestos directos quizá el discurso sea más sencillo. En el IRPF, que pague más quien más gana parece más factible. Pero, aun así, tiene sus curvas: si la progresividad es desmedida -pregunta inocente: ¿cuándo empieza o deja de serlo? -, estará desincentivando la actividad y, por tanto, será del todo perniciosa para la iniciativa privada, la generación de riqueza, creación de empleo, etc. El problema es que -como apuntaba en una de esas entrevistas- el punto de cocción óptimo de la progresividad es un enigma dentro de un misterio; o sea, que nadie lo sabe.

Es más, insistiendo en el ámbito del IRPF, éste plantea -al menos- dos problemas ya sólo en cuanto a la progresividad: el primero que ha ido derivando en un tributo que, esencialmente, grava los rendimientos del trabajo en detrimento de otros (vgr.: capital); y el segundo -y quizá más grave en términos de injusticia social- es un extremo acertadamente denunciado por Ignacio Ruiz-Jarabo en “Impuestos o libertad” (2022): el ritmo de crecimiento del tipo de gravamen no es constante, bien al contrario “resulta manifiestamente patente que la velocidad de su aumento decrece de manera notable”.

Ello supone que hasta +/- 60.000€ de base, la progresividad es muy acusada; a partir de ahí se suaviza sensiblemente para aplanarse ya en torno a los 400.000€. La respuesta a esta aparente disfunción se encuentra en su extraordinario rendimiento recaudatorio: esa progresividad concentrada en las clases medias afecta a un ingente censo de contribuyentes que, así, garantiza al fisco un elevado volumen de ingresos. ¡Viva, pues, la clase media; y que dure y dure (como el conejito del anuncio de las pilas)! #ciudadaNOsúbdito

Publicado en Atlántico, el 17/12/2023.