En el célebre relato de Kafka llamado “La metamorfosis” se nos cuenta la historia de un hombre que, desde una posición humilde, trata de esforzarse laboralmente para poder mantener a sus padres y a su hermana. Él es el motor de la familia y todos dependen de su trabajo y su salario. Sin embargo, un buen día, justo cuando tenía que ir a trabajar, se despierta convertido en una especie de insecto profundamente desagradable. Esta transformación arrastra una serie de consecuencias físicas como la dificultad de moverse al no haberse adaptado al nuevo cuerpo y, también, la imposibilidad de poder presentarse en público.
Al no haberse levantado para realizar un viaje de trabajo, tanto su jefe como su familia se apelotonan en su puerta exigiendo que la abra inmediatamente a la vez que le piden que dé explicaciones por su retraso. El protagonista, al no ser capaz de controlar su nuevo organismo, se ve incapacitado para abrir la puerta de su habitación, lo cual genera un clima de mucha tensión.
Evidentemente, el secreto de la metamorfosis no se puede mantener durante mucho tiempo y, al final, todos acaban sorprendidos y asqueados por el nuevo aspecto del hombre. Pero Kafka pinta ese asqueamiento de una manera magistral. La familia no sólo no trata de comunicarse de ninguna manera con el sujeto sino que comienza a tratarlo como una especie de animal al que sólo la hermana se atreve a llevarle la comida, eso sí, mientras él se esconde para que no se le pueda apreciar. Sus padres, después de haber vivido a su costa, se dejan llevar por el desagrado que les produce hasta llegar a un odio irracional que se refleja, sobre todo, en el padre.
Esta historia, no obstante, no he querido traerla por mera curiosidad sino que he considerado que estamos presenciando una etapa electoral – que durará hasta diciembre– que nos evoca una sensación parecida a la del relato. En este caso, la metamorfosis se da en el día electoral y afecta a los empresarios y autónomos. Antes de las urnas los que tienen un negocio son votantes, su aspecto es perfectamente soportable y se pone en valor, al igual que en nuestro protagonista kafkiano, que hayan estado contribuyendo a la economía “común”. Eso sí, tras las votaciones se da esa transformación que hace que los padres – es decir, muchos políticos– cambien su visión y comiencen a evitar que se les vea mucho con dichas personas. Ahora estos ya no tiran del carro sino que se han convertido en ese insecto extraño y desagradable que se tiende a describir con palabras negativas como “explotador”.
Los que llevan tirando del carro sufren una metamorfosis que les convierte en bichos indeseables a los que echarles las culpas de todos los males para no asumir ninguna responsabilidad. No se les ve, no se les menciona, solo les visita la hija – el inspector de hacienda, trabajo…– mientras se consumen las últimas migajas de lo que ganaron.
Está claro que Kafka no quería describir ninguna situación política, la dirección causal es al revés: son muchos los políticos que actúan de una manera kafkiana imitando esas sórdidas historias mientras colocan en la diana a quien trabaja de verdad.