La diferencia entre las cestas de precios, dependiendo si se incluyen o no los alimentos, se acerca al doble dígito.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha publicado las nuevas alzas del Índice de Precios al Consumo (IPC). Para el IPC en general, los precios crecen un 4,1% con respecto a abril del año pasado; para la cesta de la inflación subyacente (que excluye los precios de los alimentos y de la energía) el dato asciende al 6,6% de incremento de precios con respecto al mismo mes de 2022. Y por último, si miramos exclusivamente el IPC de los alimentos, éste crece un 12,9% con respecto al mes de abril del año anterior. En resumen, los precios siguen creciendo, que la inflación se modere sólo implica que crecen menos.
Cuando se lee una noticia relativa con la inflación y su indicador: el IPC de un mes dado, hay que tener en cuenta que se están comparando los precios de ese mes con el mismo mes del año anterior. Cuando en el mes de marzo de 2023 el IPC general (sólo) creció un 3,3% tanto el Gobierno como los medios afines celebraron el dato manifestando que las políticas empleadas estaban aminorando la inflación. La realidad es que hay que analizar los datos de inflación de ese mes durante diferentes años.
En este caso particular, el índice general del IPC en el mes de marzo de 2022 fue del 9,8% que unido al de este año del 3,3% suman un 13,4%. El lector pensará: “tiene que haber un error de cálculo: 9,8% más 3,3% da 13,1% no 13,4%”, y es que el mayor problema de la inflación es que hay que acumularla multiplicándola, no sumándola. Es esta propiedad llamada interés compuesto lo que hace que una inflación del 4% durante diez años proporciona una pérdida de poder adquisitivo cercana al 50%. El lector volverá a pensar “si 4% multiplicado por 10 años da un 40%” pero a hay que tener en cuenta que la inflación se va acumulando año a año: hay que calcular el 4% sobre los precios que ya subieron un 4% ese año y ese 4% sobre los precios que subieron el año anterior por lo tanto (1+4%)10= 48,02%; no (4*10) = 40%.
Por lo tanto, con datos del Índice General de Precios al Consumo, los hogares españoles han perdido un 13,8% de poder adquisitivo en tan sólo 2 años. Si durante estos dos años ha habido subidas salariales, pongamos del 4%, esta diferencia se mitigaría al 9,8% que sigue siendo una inflación de doble dígito. Ahora bien, la cesta de precios que ha tenido un comportamiento más volátil ha sido la de los alimentos: en abril de 2022 la cesta de los alimentos se incrementó en un 8,3% mientras que este año ha habido un incremento del 12,9%. En total, en dos años la cesta de alimentos se ha incrementado un 22,9% contando los datos del mes de abril.
En definitiva, cuando desde los medios de comunicación se enuncia que la inflación se debilita, en ningún caso experimenta crecimientos negativos, sino que crece a una menor velocidad. En los dos últimos dos años, los españoles han perdido cerca de un 20% de poder adquisitivo en la compra de los supermercados o, dicho de otra manera, los alimentos se han encarecido por encima del 20%.
Ante esta situación, la gestión acertada es la deflactación de los impuestos directos e indirectos de acuerdo con la subida de la inflación, así como la mejora de los salarios ligados a productividad. No es aconsejable subir los salarios de manera generalizada porque nos enfrentaríamos a una inflación de segundo orden, sino que los salarios tienen que premiar las labores productivas más eficientes que la economía necesita. De esta manera se genera riqueza y eficiencia sin generar inflación adicional.