Una reciente encuesta llega a la conclusión de que la soledad afecta a los menores de 25 años más que a los mayores de 65.
Esa soledad no deseada se produce en dos grupos muy concretos de jóvenes: parados y estudiantes. El informe atribuye la causa a la falta de recursos para actividades sociales y al desinterés por establecer contacto social.
La falta de recursos podría no estar reñida con las posibilidades de socialización, pues es posible participar en actividades sin gasto, o con un gasto asumible; la cuestión estaría en añadir un poco de imaginación.
La otra razón está relacionada directamente con las características del entorno. Si el grupo basa su socialización en actividades que implican gasto y no se dispone de recursos, se produce un alejamiento, hasta el punto de perder el interés por contactar con otras personas.
En este sentimiento de no poder hacer lo mismo que los demás influyen decisivamente los modelos o estereotipos basados en las modas del momento -ropa, cuidado personal, diversiones o canon de belleza- impuestas por la publicidad, redes sociales, personajes conocidos o series de televisión. La inaccesibilidad a esos estándares puede causar aislamiento, frustración y, como consecuencia, resentimiento social.
El informe indicado se refiere a otras causas que explican la soledad, como la autoprotección derivada de traumatismos previos, con el fin de evitar su repetición: decepciones personales, complejos, timidez, vivir alejado del grupo familiar, acoso, frustración por no alcanzar los estereotipos sociales propuestos, …
Otra causa, muy frecuente, es el no saber estar solo y creer que quien se encuentra solo es por su culpa, porque no es como los demás, porque no se adapta a las costumbres del grupo. Y no perciben que eso no es socialización sino soledad en compañía: abstraídos con una copa en la mano, sin hablar, aturdidos con el ruido de la música, pasados con el alcohol o las drogas o forofos enardecidos ante un evento musical o deportivo.
El individualismo de la sociedad actual, nos hace perder interés por los demás, porque los usamos y nos usan para lo que necesitamos o necesitan.
Los jóvenes, según el informe al que me refería, pretenden sustituir las relaciones sociales personales, por internet y las redes sociales, sucedáneos de la socialización presencial, en la que quienes interactúan hablan, escuchan, se ven, recogen los matices de gestos y voz, se tocan, elementos todos ellos fundamentales en la comunicación y en la transmisión de sentimientos. En las redes sociales se pierden todos esos matices.
Con frecuencia, la verdadera causa sería la dificultad para gestionar la búsqueda de alternativas al gasto, al consumo, a la tiranía esclavizante de las modas, es decir, la falta de habilidades sociales. Más concretamente, la carencia o debilidad de la inteligencia emocional, que nos impide sentir con los demás y compartir alegrías, decepciones, penas, emociones, sorpresas,…, sentimientos. La inteligencia emocional también nos enseña a entender y manejar nuestras propias emociones, superar obstáculos y dar a los conflictos su dimensión real, compartir y comprender a los demás.
Las herramientas básicas para potenciar la inteligencia emocional son la razón, la serenidad, la ecuanimidad, el realismo, la empatía, no ver la crítica que nos hacen los demás como algo negativo, uso del lenguaje adecuado, autocontrol, autoestima, …
Solemos sobrevalorar el coeficiente intelectual y no reparar en el de inteligencia emocional, fundamental para desenvolverse en la vida. Los colegios deberían incluir la inteligencia emocional como asignatura curricular.