En el mundo de la empresa, como en el desempeño de cualquier grupo humano, hay sus dinámicas estudiadas ampliamente en las facultades de sociología. Ser capaz de ponerse en el lugar del otro parece clave para que no colisionen los diferentes roles. Todos debemos tener una función asumida por todos.

¿Qué ocurre cuando quebramos eso que la otra parte espera de nosotros?

¿Hemos cambiado nosotros … menos implicación, más acomodación, o directamente pasotismo?

Lo cierto es que, a lo largo de la vida, las cosas van cambiando y nosotros también. Circunstancias personales, afectivas o del propio devenir de la edad. No evolucionamos de la misma manera cada uno, pero todos debemos poner de nuestra parte para seguir encajando en las estructuras que nos sustentan. Las empresas vivimos en un entorno mucho más hostil e inseguro, y eso nos afecta a todos, empresarios y trabajadores. El “renovarse o morir” hoy preside nuestro día a día.

En este escenario, el ingenio puede no ser suficiente. Hay que atender a un creciente incremento de costes, a problemas de financiación, de morosidad y de relación porque hay más mundos que el de uno y pocos lo están pasando bien. El no aceptar las nuevas circunstancias, en las que todos nos hemos empobrecido, solo lleva a la frustración o al progresivo deterioro de los equipos.

El descontento personal, la desmotivación o el deseo de un cambio vital no puede ser excusa para incumplir tu parte. En un grupo humano las cojeras sobrevenidas de uno las cubren injustamente los demás, pero esto no es infinito ni puede ser permanente. En estos tiempos convulsos, más que nunca, quienes tenemos la responsabilidad debemos observar, armarnos de comprensión y tragar mucha saliva antes de actuar, porque la inestabilidad emocional se ha generalizado más de lo deseado desde hace un tiempo y parece prudente dar cuerda.

Modular y amortiguar esos comportamientos es el margen que debemos dar, esperando una reconducción. Ahora bien, el “hay más mundos que el de uno” es una frase recíproca que también debe tener en cuenta quien ha bajado los brazos ante compañeros, subordinados o superiores. La cuestión es hasta donde se da margen, porque vivir crispado no es saludable y por encima de todo están los equipos. Ninguno de nosotros somos imprescindibles y menos, todavía, el ombligo del mundo.

¡Non si!