Bolaños es el número 2 ideal para cualquier autócrata que exija gran habilidad para seguir a pies juntillas cualquier estridencia del líder, sin discutirla, y hacerla viral a base de la reiteración ante cámaras y micrófonos

Uno de los aspectos más llamativos de la composición del Gobierno perpetrada por su presidente tras las últimas elecciones (perdidas por Sánchez, que no está de más recordarlo) fue el nombramiento de Félix Bolaños como ministro plenipotenciario de todas las áreas del Estado. No de otro modo puede entenderse que en una misma persona recaigan las carteras de Relaciones con las Cortes, Justicia y Presidencia, que aglutinan a los tres poderes tradicionalmente considerados como tales, aunque desde el punto de vista constitucional sólo el judicial merezca tal calificativo. 

Ya tengo edad para recordar cómo se hablaba de Juan Antonio Belloch, en términos de superministro, por el hecho de titular las carteras de Justicia e Interior de forma simultánea… ¡y qué pequeño parece ahora el rango!

Félix Bolaños ha destruido la ancestral neutralidad y prudencia, propia de su papel como ministro de Justicia, y se ha convertido en intérprete y látigo de las investigaciones que afectan al entorno familiar de Pedro Sánchez

Bolaños siempre me ha parecido un personaje gris, el número 2 ideal para cualquier político con ínfulas de autócrata, alguien con una habilidad indiscutible para seguir a pies juntillas cualquier estridencia del líder, sin discutirla, y hacerla viral a base del uso y abuso de la reiteración ante cámaras y micrófonos. Es él quien nos insistió una y otra vez en que la ley de amnistía era técnicamente perfecta, antes de que fuese cien veces retocada, y que la misma encajaba absolutamente en la Constitución, pese a que sus propios compañeros la tildaban de anticonstitucional antes del 23 de julio del año pasado. Y es él quien, mano a mano con García Ortiz, se ha transmutado en intérprete de los designios judiciales en las causas que afectan al entorno de su jefe.

Foto. Félix Bolaños y Álvaro García Ortiz, fiscal general del Estado, se han convertido en los guardaespaldas de los líos judiciales del entrono familiar de Pedro Sánchez

Con ser grave que los políticos posen sus garras sobre la Justicia, más reprochable resulta todavía que pretendan condicionarla. Y a eso se dedica el ministro del ramo que, parafraseando a la portavoz de su partido, Pilar Alegría, a la portavoz del PSOE, Esther Peña, y al esposo de la afectada, ha expresado su deseo incondicional de que la causa contra Begoña Gómez se archive cuanto antes. No deja de resultar curioso que al mismo personaje se le llene la boca de agua cuando exige respeto a la labor judicial, labor que denosta cuando la investigada es la consorte de su amo.

El ministro de Justicia, Félix Bolaños, y la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, están tratando de presionar y condicionar al juez Juan Carlos Peinado para que archive la investigación abierta contra Begoña Gómez, mujer de Pedro Sánchez

La expresión del ministro Bolaños – “queda patente la gravísima indefensión de Begoña Gómez” – ha permitido que el resto de los acólitos del cónyuge de la investigada, se sumen al grito común exigiendo el cierre de la investigación. Una investigación sobre cuya oportunidad y acierto ya se ha manifestado la Audiencia Provincial de Madrid al resolver el supersónico recurso interpuesto por la Fiscalía, al día siguiente de su incoación.

El Gobierno quiere marcar no ya los tiempos de la Justicia, sino el carácter de sus decisiones. Acabamos de conocer otro despropósito del Tribunal Constitucional, revisando las sentencias del caso ERE, en lo que supone un indulto de facto por parte del tribunal de ¿garantías? Y con ello se consuma la obsesión primigenia de Sánchez para controlar el poder que ha de servir en una democracia como contrapeso al ejecutivo y al legislativo. 

Foto. Pedro Sánchez está marcando el carácter de las decisiones judiciales, gracias a la “impagable” labor de Conde Pumpido en el Tribunal Constitucional y de Álvaro García Ortiz en la fiscalía general del Estado

En esa tesis ya no ocultada, el Gobierno se empeña en transmitirnos el minuto y resultado de los procesos judiciales que le afectan, pero no con ánimo de informarnos, sino todo lo contrario; es decir, para señalar cuándo el camino es correcto y cuándo no. Las resoluciones judiciales son criticables (y ahí están los recursos), pero la democracia se basa en su necesario acatamiento. Aunque no hace ni dos años que el propio Bolaños criticaba al mismo Tribunal Constitucional, que ahora idolatra, cuando aquél se atrevió a corregir ciertos desmanes en la cámara territorial, esa que para Bolaños forma parte de la segunda división en la liga de las Cortes Generales.

El panorama judicial se torna muy tenso para Pedro Sánchez tras el reconocimiento de Barrabés, empresario que realizó negocios con Begoña Gómez, de sendas reuniones en La Moncloa con el presidente de Gobierno y con la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Madrid de imputar al fiscal general por revelación de secretos

Al Gobierno ya sólo le parecen bien los jueces, fiscales y demás instituciones que comulgan con su delirio. Defienden a capa y espada un informe preliminar de la UCO que habla de que no había indicios frente a Begoña Gómez, pero callan ante otro informe de la misma unidad que coloca al hermano del presidente al frente de una interminable lista de conductas delictivas. Se centran en definir que todo lo que sucede al entorno del presidente parte de “denuncias falsas”, sin aclarar nada ni querellarse contra los denunciantes.

Sabemos que el Gobierno no gobierna, probablemente porque no sabe. Pero tenemos que aspirar que a no juzgue, porque ni puede, ni debe.

Convendría recordar qué pasaba a aquéllos que se atrevían a tildar de falsas otras denuncias en casos de renombre, desde Juana Rivas hasta María Sevilla, presidenta de Infancia Libre (ambas, por cierto, condenadas y posteriormente indultadas por el mismo Gobierno que preside Sánchez).

Sabemos que el Gobierno no gobierna, probablemente porque no sabe. Pero tenemos que aspirar que a no juzgue, porque ni puede, ni debe.