No, que el título de este artículo no les lleve a engaño. No voy a hablarles de programas electorales. Que bien podría ser. Las estafas que aquí quiero exponer son otras, quizá menos sutiles y sibilinas, pero tremendamente peligrosas.
Quienes manejamos herramientas digitales en nuestro día a día, ya sea un correo electrónico, redes sociales o consultas en la web, nos hemos acostumbrado a recibir (cada vez más) una serie de sospechosos mensajes que nos invitan a probar productos milagrosos, a visitar determinados sites o, y estos son las más peligrosos, que nos alertan de cuestiones relativas a nuestras cuentas bancarias, a nuestra situación con la Agencia Tributaria o a nuestros contratos con las empresas suministradoras de telefonía, energía eléctrica, seguros y un largo etcétera.
La sofisticación de este tipo de mensajes fraudulentos es cada vez mayor hasta el punto de que hay que ser extremadamente cauto para no caer en las trampas o en las tentaciones que nos ofrecen a través de mails o de SMS. A poco que te despistes o que te confíes, te la cuelan. Y ya estás perdido. A partir de ese momento pueden acceder a todos los datos y contenidos de tu teléfono o de tu ordenador, incluidas cuentas bancarias y contraseñas.
En mi caso, que sin llegar a ser un experto en ciberseguridad sí que procuro estar al día en estas cuestiones para evitarme muchos problemas, pensaba que a día de hoy el phishing era el mayor peligro. Ya saben, esos correos electrónicos que suplantan la identidad de compañías u organismos públicos y solicitan información personal y bancaria a quien los recibe. Pero resulta que no. Que aún hay quien llega mucho más lejos. Y de ahí mi alerta.
La semana pasada mi empresa recibió un burofax –sí, sí, como lo oyen, no un e-mail ni un SMS, un burofax- y lógicamente fui a recogerlo. Mi sorpresa fue que en el burofax en cuestión Telefónica (con quien no tengo ningún contrato) me requería la liquidación de cuatro facturas que a ellos les figuraban como impagadas, por un importe de 206 euros. De lo contrario, emprenderían acciones legales y bla bla bla. Para realizar el pago de una manera “sencilla” me ofrecían escanear un código QR.
De haberlo hecho, a estas horas todos mis datos personales estarían en manos de redes que se dedican a comercializarlos y mis cuentas podrían estar vaciadas.
Es increíble que a estas alturas de siglo no exista una legislación ni medios tecnológicos que impidan este tipo de estafas y fraudes, que tu pueden buscar la ruina. Ante tal carencia, la única solución depende de nosotros. En mi caso, por ejemplo, hace tiempo que tomé la determinación de no contratar ningún tipo de servicio ni aceptar ningún tipo de oferta por teléfono ni a través de web. Si una compañía eléctrica, telefónica o de seguros me quiere hacer cualquier tipo de propuesta, que me la haga a través de su agente de zona.
Volvamos a ponerle cara y ojos a quien que nos vende. Seguro que si todos nos negásemos a participar en este tipo de sistemas de comercialización, remitirían también las estafas. Por lo menos, estas de las que le hablo en este artículo. Con las de los programas electorales creo que no nos va a quedar otra que convivir.