¿Cuál es la razón de ser del Estado? Pues, en su origen, la mera necesidad de crear una estructura que dotara a la sociedad de una seguridad básica en términos de orden interno -entre sus propios miembros- y externo -frente a terceros; o sea, ante otros Estados-; siendo así que su vocación natural es servicial: servir y no ser servido.

Pero, una vez que el Estado existe, tiene querencia a la elefantiasis, al crecimiento descontrolado, a ocupar -como el gas- cualquier espacio donde la sociedad no ofrezca resistencia. Y así es como, ese afán expansionista, en su siempre peculiar relación con los contribuyentes, hace que lleve un cuarto de siglo laminando los derechos de éstos que, desde el ya olvidado “estatuto del contribuyente” de 1998, no han hecho más que bajar peldaños en su estatus cívico. Y, no nos engañemos: cada escalón que baja el individuo, es uno que sube el Estado; día a día -y siempre bajo la bandera de la lucha contra el fraude- gana más y más potestades que, a su vez, la ciudadanía pierde.

Hace apenas unos días, el Tribunal Supremo dictó dos sentencias en las que avala la licitud de las pruebas obtenidas por la Agencia Tributaria con motivo de una entrada domiciliaria que vulneró el derecho fundamental a la intimidad de un contribuyente. Este pronunciamiento judicial sigue la línea de alguno ya previo que había aceptado la validez de las pruebas recabadas irregularmente por el célebre Falciani (aquel suizo empleado de banca que sustrajo información sensible de cientos de clientes).

Estamos, todavía, en plena campaña electoral: veo como los candidatos (todos) claman una y otra vez frente a la supuesta pérdida (efectiva o potencial) de unos genéricos “derechos sociales”. Sin embargo, me llama poderosamente la atención que nadie -nadie- advierta del riesgo creciente de un Estado envalentonado que, cada vez, se asemeja más al hobbesiano Leviatán. Siempre, claro, con la excusa del interés general, del bien común…

Decía Churchill que la diferencia entre la vida a uno y otro lado del “telón de acero” era que, en el mundo occidental, si alguien llamaba a tu puerta a las 5 de la mañana, sabías que era el lechero. Estemos alerta, pues; no vaya a ser que el Estado de Derecho mute a Derecho del Estado; y que el Estado del bienestar se convierta en el bienestar del Estado. Y es que eso -¡eso!- sí que sería fascismo; puro.

#ciudadaNOsúbdito

*Publicado en La Voz de Galicia el domingo 16/7/2023