En la búsqueda del santo grial de la felicidad colectiva hay políticos y periodistas de cámara (no sólo por salir en televisión) que ya hace tiempo que beben de las fuentes que según ellos garantizan la prosperidad.

Lo esbozó en su día Iñigo Errejón y la semana pasada lo explicitó Antonio Maestre en La Sexta, que asegura que uno de los principales problemas sociales en España consiste en el peso de las herencias:

“Mientras alguien herede el trabajo o esfuerzo de sus antecesores ya no prima la igualdad, el esfuerzo o el mérito”, explica Maestre.

Casi al tiempo, Errejón apostilla sobre una supuesta “cultura de la meritocracia” que se apoya en una tesis doctoral premiada por un consorcio europeo de investigaciones sociológicas.

El diagnóstico es demoledor: “Como si fuera una carrera de caballos, las personas no salen desde el mismo casillero al mismo tiempo. Los hijos de familias adineradas salen con unos cuantos metros de ventaja, incluso antes de nacer”, advierten.

El Mediterráneo ya hace tiempo que se descubrió, también la doctrina política, económica y social que aspira a la igualdad de las clases sociales.

Lamentablemente en su aplicación consiguieron esa igualdad, pero desde la escasez y la pobreza para que las rentas del esfuerzo se las lleve el Estado en beneficio de quienes lo ocupan.

Ni Maestre ni Errejón explican como en Venezuela perviven grandes fortunas que pasan de apellido en apellido.

Tampoco entran en mayores detalles cuando aluden a que en el mundo anglosajón las herencias no existen.

Como si todo se fuese al limbo. Lo que existe es una mayor libertad incluso para que los testadores decidan hacia donde va la riqueza que han coleccionado en toda una vida.

De vuelta a lo doméstico. Maestre acaricia la piedra filosofal: “Sin herencias, quitamos a una élite parasitaria que no sabe lo que es trabajar”.

Que alguien pueda sostener estos postulados alerta sobre las bases de una sociedad que permite expresar a cualquier pazguato la idea más descabellada que se le ocurra.

Se llama libertad, el mismo cimiento que defiende que las rentas del esfuerzo de un padre de familia puedan repartirse entre sus hijos, o entre quien lo desee, cuando pase a mejor vida.

Se trata de una elección de la que, por cierto, se ha beneficiado por ejemplo Lilith Verstrynge, que no nació en el portal de Belén precisamente.

¿Alguien se puede imaginar a Maestre advirtiendo a Pablo Iglesias e Irene Montero de que su morada de Galapagar, o sus beneficios, no reviertan en sus hijos?

Con todo, una vez identificado el supuesto problema ya podemos aguardar por las soluciones.

No semejan sencillas, pero quizás habría que ir a la base y emascular a quienes tengan algo que testar y testicular.

También habría que pensar en algo similar con las ricas, en aplicación de la paridad (acabado en d).

La emasculación o ablación total de los órganos genitales cortaría, literalmente, el problema de raíz.

Y sin herencias, todos ricos.

Por Bárbara Rivas