Decían los sabios que la verdadera grandeza de una persona se demuestra no en cómo encaja las derrotas sino en cómo administra las victorias. Por mucho que la victoria sea tan infame como ha sido la de Pedro Sánchez. Pero ni siquiera ahí el presidente del Gobierno de España ha sido capaz de mostrar un mínimo de grandeza. Dejó muy claro que no la tiene hace unos días cuando en un gesto absolutamente innecesario y sobreactuado se partió de risa desde el estrado del Congreso de los Diputados, recordando aquello que dijo Núñez Feijóo de que él no era presidente porque no quería.

¡Menuda ocurrencia!, debió pensar el boyante presidente. Y yo le pregunto: ¿cómo se le pude pasar a alguien por la cabeza pudiendo ser emprendedor y generar empleo y riqueza en el mercado libre, preferir vivir del erario público con poder y privilegios! ¡Qué descojone! ¿Por qué no prueba a ponerse un poquito del otro lado, señor Sánchez? A lo mejor así empatiza un poco con quienes luchamos todos los días por mantener nuestros negocios y de paso se le pasan las ganas de reírse de los demás. Por lo menos, en público.

Claro que lo de reírse de la ciudadanía y faltarle al respeto, a este Gobierno le va en el ADN. De una u otra forma. Haciéndolo a la cara sin ningún rubor, como Pedro Sánchez en el Congreso, o colándonos por la puerta de atrás medidas y proyectos que en ningún momento figuraron en el programa electoral con el que su partido concurrió a las elecciones.

El nivel de desvergüenza es tal, que asusta. Y para muestra, el botón del nuevo superministro Félix Bolaños declarando, de nuevo sin pudor alguno, que “los jueces no pueden elegir a los jueces”. Pero ¿usted se ha escuchado? Se acaba de cargar de un plumazo uno de los pilares fundamentales de la democracia parlamentaria como es la separación de poderes.

Le recuerdo al señor Bolaños, por si se le ha ido la pinza con su triple nombramiento, que la separación de poderes es un principio político según el cual los poderes legislativo, ejecutivo y judicial del Estado son ejercidos por órganos de gobierno distintos, autónomos e independientes entre sí. Y repito, esta es la cualidad fundamental que caracteriza a la democracia representativa.

A lo mejor es que a Félix Bolaños, y no descarto que a otros miembros de su Gobierno, les apetecería más que España en lugar de una democracia representativa tuviera otra forma de gobierno. Que haberlas, haylas. Podríamos proclamar el absolutismo, la autocracia o quién sabe si incluso una dictadura. Pero no. De momento, y esperemos que, por mucho tiempo, España es una democracia parlamentaria. Y como tal, su Gobierno ha de respetar la división de poderes.

Claro que estos barros vienen de aquellos lodos. No olvidemos que fue el gobierno de Felipe González y Alfonso Guerra, esos que ahora se llevan las manos a la cabeza por la deriva del PSOE, el que con la ley de 1985 puso en cuestión la independencia judicial. Así que, cuando menos en lo que se refiere a esta cuestión, ellos son los primeros culpables de la situación que estamos viviendo. Una situación de la que ahora ellos se quejan pero que quienes verdaderamente padecemos somos el conjunto de los españoles.