Ningún país que haya basado su economía en la intervención, el trabajo público, los altos impuestos o los subsidios, ha llegado a producir algo distinto del hambre y la miseria.
En julio de 1924, un fotógrafo que iba a bordo del barco alemán Braunschweing, sacó esta fotografía en la calle de La Torre de La Coruña. A mí la foto me impresiona porque refleja una realidad de la España de esa época, no la única. Es una foto coloreada en la que podemos ver un carro de bueyes con una niña subida al mismo y un hombre guiándolo, alrededor más gente, entre otras, mujeres y niñas trabajadoras y lo que parece un ultramarino con unas hojas de bacalao.
La foto la colgaron en el grupo de faceboock “Coruña onte e hoxe”. Provocó comentarios de admiración hacia la foto, alguna comparación con la actualidad en tono jocoso y varios que la clasificaron de una muestra de miseria, de la miseria que teníamos.
Me quiero centrar en esto último, un periodo de entre guerras, hambrunas y la transformación de una población gallega, eminentemente rural y minifundista. Lo que ha sido España estas últimas décadas es la consecuencia de varias generaciones de familias que trabajaron duro, hijos, padres y abuelos, ahorrando lo que podían para poder pagar unos estudios o comprar algo de ganado o un tractor o unas tierras.
Lo que hemos tenido no nos lo ha regalado el Estado, sino la mezcla de trabajo, ahorro e inversión. No hay otra manera.
La abuela de mí mujer, Carmen, enviudó joven en la postguerra, con cuatro hijos. Trabajo de sol a sol en una tierra pequeña propia y otra arrendada. De madrugada bajaba hasta el muelle a comprar algo de pescado y volvía andando a Culleredo, al Curro, con el canasto en la cabeza, para revenderlo. Siguió trabajando el campo hasta muy viejita, cuando ya no lo necesitaba, pues vivía con su hija y su yerno, también grandes trabajadores, pero Carmen era feliz “na horta, traballando”.
Su abuelo Julio trabajó duro en una fundición, persona inteligente y culta pese a sus pocos estudios. Pasaba horas y horas leyendo, no tocaba estudiar cuando era niño, tocaba trabajar.
Mi bisabuelo Benito marchó a Cataluña a los doce años para mandar dinero a su madre viuda y a su hermana Fuca, comerciando de pueblo en pueblo, comprando y vendiendo plata, más tarde deshipotecó la casa y el huerto de su madre, se casó joven y emigró a Cuba. Murió rico en su tierra, tras trabajar desde niño.
España, Alemania, Estados Unidos y todos los países que han sido o son ricos, lo hicieron con el trabajo y el ahorro de sus ciudadanos
Mi bisabuelo Manuel y su mujer vinieron de Bóveda con 16 años a prosperar, recién casados, a salir de unas tierras que no daban para más. Trabajaron duro en todo lo que aparecía, él también era muy inteligente y sin estudios. Llegó a jefe de la policía municipal, bastón de mando con empuñadura de plata y retrato. Falleció dejando una casa de dos pisos y un pequeño terreno.
Mi bisabuela Pepita Caño trabajó duro en el puerto, pues también enviudó pronto y sin recursos. Poco a poco montó una abastecedora de buques, fue una de las socias de la primera fábrica de hielo, compro varios barcos y decían que llevaba las cuentas de las empresas sin que nadie le hubiese enseñado a sumar. Se perdió todo en la guerra civil. Su hija Carmen, mi abuela, y sus primas, emigraron a Nueva York para escapar del hambre de la postguerra. Todas trabajaron duro y se establecieron allí, menos mi abuela, que volvió a España al enviudar por segunda vez.
Que despierte ya la sociedad civil y exija a sus gobernantes, mediante el voto, que no entorpezcan la creación de trabajo y riqueza con exceso de intervencionismo, de impuestos y de cargas estructurales
España, Alemania, Estados Unidos y todos los países que han sido o son ricos, lo hicieron con el trabajo y el ahorro de sus ciudadanos. Si hemos disfrutado de unas décadas de riqueza, ha sido gracias a nuestro trabajo y el de nuestros abuelos, no gracias a ningún gobernante espabilado. El Estado no produce riqueza, sólo administra mejor o peor lo que le dan los ciudadanos. Ningún país que haya basado su economía en la intervención, el trabajo público, los altos impuestos o los subsidios, ha llegado a producir algo distinto del hambre y la miseria.
Que despierte ya la sociedad civil y exija a sus gobernantes, mediante el voto, que no entorpezcan la creación de trabajo y riqueza con exceso de intervencionismo, de impuestos y de cargas estructurales. La riqueza la crean los trabajadores y los empresarios. Los Estados, cuando hacen algo más de lo necesario, sólo generan pobreza.