Estamos en precampaña y creo que en esta ocasión se hace más patente que nunca. No recuerdo semejante despliegue de medios y de esfuerzos en anteriores convocatorias locales. La polarización, la tensión y la incertidumbre que se vive en la escena política española ha convertido esta cita electoral en determinante de cara a lo que pueda acontecer enl las elecciones generales de final de año.

Los grandes partidos ya han puesto en marcha sus aparatos electorales y, al estilo de las estrellas de la música, organizan sus giras con un tremendo despliegue no solo de palabrería sino también de escenografía y artificios. En uno de esos “bolos” escuché este fin de semana a un Pedro Sánchez eufórico, destacando lo bien que iba todo en España, lo mucho que crece nuestra economía, lo mucho que se reduce la cifra de parados y las extraordinarias expectativas que se le abrían a nuestro país en un hipotético futuro, por supuesto, gestionado por él mismo.

Pero claro, en la siguiente noticia del Telediario o en la siguiente página del periódico se nos informa de que los sanitarios están en huelga, de que también lo están los funcionarios de Justicia, de que acaban de estarlo los letrados, de que también convocan un paro los transportistas de viajeros, de que los autónomos se han manifestado en Madrid… ¿A quién creer? ¿Cuál es la España es la real, la que dibuja el triunfalismo de Pedro Sánchez o la que reflejan todos esos sectores descontentos con su situación? Yo, lógicamente, me fío más de lo que me dice la calle, de lo que me trasladan cada una de esas personas que ven como día a día su poder adquisitivo merma y como empeoran sus condiciones laborales.

De todas las protestas, la que más me duele es la de los médicos. Y no solo porque tengo una hija que está a punto de incorporarse a ese colectivo, sino por las circunstancias que ella, de primera mano, vive y me traslada. Se les llena la boca a nuestros políticos, sean del color que sea, a la hora de defender una sanidad pública, gratuita y universal. Pero después se maltrata a los profesionales que han de ejercerla. Un sinsentido en toda regla.

Los médicos son esenciales para la sociedad, ¿verdad? Pero después resulta que cobran menos que un alcalde de una población de menos de 5.000 habitantes. Y que padecen unas condiciones laborales absolutamente indignas. Como por ejemplo, tener que soportar guardias de 24 horas. ¿Pero cómo es posible dejar la vida de una persona en manos de alguien que lleva 24 horas trabajando ininterrumpidamente? ¿O acaso usted montaría en un avión si sabe que el comandante lleva 24 horas sin dormir? Es inconcebible.

Si queremos tener una buena sanidad empecemos por remunerar justamente a sus profesionales y por mejorar sus condiciones. Ya no solo por ellos, sino por nosotros mismos, por garantizar que recibamos la atención sanitaria en óptimas condiciones.

Ya sé que saldrá alguien a recordarme que las competencias de Sanidad en Galicia son de la Xunta. Pero es que mi reclamación va mucho más allá del asunto competencial y regional. Va más allá de otorgar o quitar transferencias. Un asunto de tanta trascendencia exige una solución global. Si no, lo único que conseguiremos es afianzar y amplificar cada vez más lo que ahora está ocurriendo en España: formamos aquí a profesionales jóvenes que después no somos capaces de retener y acaban trabajando en el extranjero en mucho mejores condiciones. Lo que a su vez provoca que aquí nos falten médicos y que se obligue a redoblar esfuerzos a los que tenemos. Y así, hasta el infinito y más allá. Si la huelga, con las devastadoras consecuencias que ya está teniendo sobre miles y miles de pacientes, no lo remedia antes.