Las políticas europeas de los últimos años, que han incentivado el abandono de los cultivos y han abierto la puerta a los productos de terceros países, han colmado la paciencia de los agricultores.
En las últimas semanas está habiendo señales procedentes del mundo agrario de lo que está por venir. Primero los agricultores bloquearon Berlín con sus tractores. Después en Francia; las principales vías de acceso a la capital fueron colapsadas con la maquinaria agrícola de los protestantes. También ha habido movilizaciones en otros países, destacando Holanda, con un movimiento político propio del campo que ha ganado las últimas elecciones provincianas. Y este movimiento ha acabado llegando a España, donde una protesta espontánea de agricultores ha colapsado varias ciudades con los tractores.
Las nuevas regulaciones europeas, unidas a la inflación en las materias primas, está haciendo que el aumento de los costes no se pueda repercutir al precio final que los agricultores y ganaderos reciben por sus productos.
El campo europeo lleva sufriendo las políticas de la Agencia 2030. Como antecedentes, primero la Política Agraria Común (PAC) concentró la ganadería y la agricultura en unos territorios; eliminándolos, a cambio de subvenciones, en otros. Así desde Europa se ha subvencionado eliminar plantaciones de vid y olivo; como la reducción de la ganadería vacuna en algunos países, para estimularla en otros. Algunos territorios beneficiaros están fuera de Europa, como el caso de Marruecos y Ucrania. Adicionalmente, la Unión Europea impone férreos controles alimentarios en los productos locales, que deben competir con la importación de otros productos a los que no se les impone esos controles. Por lo que, por ejemplo, no hay una competencia en igualdad de condiciones, entre las naranjas de Valencia y las de Egipto.
Las nuevas regulaciones europeas, unidas a la inflación en las materias primas, está haciendo que el aumento de los costes no se pueda repercutir al precio final que los agricultores y ganaderos reciben por sus productos. Sin embargo, según el informe de la Asociación de Usuarios Financieros (Asufin), la cesta de la compra básica es un 19% más cara que en enero de 2023 pese a que los alimentos llevan un año con el IVA rebajado. Si en el campo los precios están congelados y en el supermercado la cesta de la compra no para de subir, hay alguien que se lo está llevando crudo. Y no son precisamente los supermercados.
El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación afirma que la renta agraria ha subido un 11% en 2023 y la COAG asegura que se ha perdido un 15% en los últimos 20 años.
El pasado 15 de diciembre, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación publicó la primera estimación de las cifras macroeconómicas del sector agrario; donde se aseguraba que la renta agraria había subido un 11% durante todo el año 2023. Ante la sorpresa de los datos, la COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos) emitió una respuesta en la que concluía que, en 20 años, el sector ha perdido un 15% de la Renta Agraria en términos reales. Datos en línea con el resto de la población española y contrastando la utopía de los datos enunciados por los Ministerios, a los que ya estamos acostumbrados.
El campo es el síntoma de lo que está sucediendo en la sociedad europea. La destrucción de la industria local en favor de productos extranjeros sometidos a unos controles más laxos. Todo ello parece responder a negociaciones de ámbito superior en las que Europa entrega su futuro a terceros, en una clara demostración de debilidad. En algunos sectores la movilización está comenzando de una forma espontánea, apartidista y sin contar con los sindicatos al considerarlos parte del problema.
El aumento de costes para los agricultores y la disminución de hectáreas cultivables, por las “ayudas” de la Unión Europea, causa menos cosechas y subidas constantes de los precios de los alimentos, lo que provoca un descenso del consumo de frutas y hortalizas locales.
Desde la asociación independiente española SOS Rural se ha enunciado estos días que en 10 años la alimentación de los españoles podría depender de terceros países, uno de ellos Marruecos. En España se están reduciendo cada vez más las hectáreas de cultivo, debido a las transferencias de Europa por arrancar plantaciones autóctonas y fomentar otras como el cultivo de maíz y (de nuevo) la colza. Con este hecho llegamos a sinsentidos como el litro de aceite a entre 8€ y 10€, debido a una baja cosecha. Si ya la cosecha es baja, con la reducción de hectáreas cultivables, la producción es menor todavía.
La consecuencia de mayores costes para los agricultores y menores hectáreas cultivables, por las “ayudas” de la Unión Europea, es la de menos cosechas y, por ello, subidas constantes de los precios de los alimentos, llevando a un descenso del consumo de frutas y hortalizas locales.
El caso paradigmático es el tomate. Según reconoció la Comisión Europea, ni los españoles tomaremos nuestros propios tomates. Desde Bruselas prevén una caída del 21,5% de la superficie dedicada al cultivo del tomate y del 22% de su producción sólo en España hasta 2035. Y caerá, entre otros motivos, mientras sube la producción e importación de tomate de Marruecos, ya que se ha incrementado en el 52% desde 2013 hasta 2022.
India y China suponen un tercio de la población mundial y no han suscrito ningún objetivo de la agenda 2030 y se pretende que un 5% de la población, 450 millones de habitantes en Europa frente a unos 8.000 millones en el mundo, arreglen la situación del planeta.
A pesar de este panorama, todavía hay esperanza pues el campo puede tener mucho poder negociador. Sin campo las ciudades no comen. Se podría importar alimento de terceros países de fuera de la Unión Europea, pero tendría más sentido asegurar la producción local para evitar problemas de suministro, con los interminables problemas logísticos que se están dando globalmente (sequía en el canal de Panamá, atentados en el Mar Rojo e interrupciones de tráfico marítimo en el canal de Suez).
La situación del campo en Europa va calando poco a poco, con la diferencia que España es uno de los países que más sector primario tiene, en comparación con los países desarrollados europeos. Desde Alemania se está empezando a canalizar hacia el campo parte de la ayuda prometida a Ucrania. Desde Francia, están intentando contener las protestas con parches, sin promover ningún compromiso estructural. En España la situación está contenida de momento, pero cada vez se está tensionando más y es probable que veamos Madrid colapsado por los tractores en breve.
El campo es tan solo un indicador de lo que viene. Europa se inflige un tiro en el pie, sin que se vislumbre nada a cambio de la autolesión. Todos los gobiernos de los diferentes países europeos saludan las medidas que atentan contra el sentido común, recibiendo una lluvia de millones de los fondos Next Generation a cambio. La agenda 2030 busca cambiar las costumbres del mundo desarrollado para, supuestamente, poder conservar el planeta en el que vivimos. Recordemos que India y China, que suponen un tercio de la población mundial, no han suscrito ningún objetivo de la agenda 2030. Y parece que lo que buscan las políticas de la agenda 2030, es que un 5% de la población (450 millones de habitantes en Europa frente a unos 8.000 millones en el mundo) arreglen la situación del planeta.