Las señoras tiraban de abanicos, la famosa rebequita que mi madre, como tantas otras, recordaba a mis hermanas cada vez que salían al paseo vespertino, ya no hacía falta, la búsqueda de una mesa a la sombra en las terrazas era misión imposible; y es que ha hecho calor este verano, mucho calor. 

Pero otro fue el bochorno que se adueñó de los coruñeses y no tenía su origen en la temperatura estival sino en los comentarios que escuchábamos en las anárquicas terrazas, que sembraban sin orden ni concierto nuestras calles y viales, mientras degustábamos la cerveza de la tierra; y a ello debíamos unir la imagen que nos ha quedado grabada en la retina a propios y visitantes de una ciudad que, teniendo todos los mimbres para ser la legítima joya del norte peninsular, parece encaminar sus pasos hacia el Magaluf atlántico. Quizás por ello algunos coruñeses volvemos nuestra mirada con sana envidia hacia Vitoria, San Sebastián o incluso Vigo, sí, Vigo, ¡quién nos lo iba a decir a los orgullosos hijos de María Pita!

El período vacacional se vivió en nuestra ciudad inmersos en medio de la suciedad, el caos y el abandono precisamente en el período del año en que más visitantes recibimos; varias veces observé como los turistas que se acercaban a La Coruña buscaban denodadamente oficinas de información que les indicasen por donde guiar sus pasos en una urbe que tanta historia encierra en sus poco más de 37 km²; si alzaban sus ojos buscando una clara señalización que les orientase, la escasa existente sólo contribuyó a llevarles a vagar perdidos y perplejos por el centro de la ciudad conduciéndoles casi siempre a ninguna parte. 

El caos turístico se apoderó de la ciudad de cristal: ya no hay tranvías que te permitan recorrer nuestra costa como si de un viaje al pasado se tratase, en su lugar un carril bici de tortuoso e imposible trazado te advierte del cuidado que debes guardar en tu paseo por la costa si no quieres ser arrollado por un patinete o una bici que se han adueñado de esta nueva movilidad; el ascensor panorámico que te elevaba sobre las bravas aguas de la costa ártabra retando de tú  a tú al mismo faro herculino cuelga de la ladera inutilizado desde hace meses;  el romántico jardín de San Carlos también lleva meses cerrado, éste con cadenas, quizás para que los visitantes no vean llorar ahora al fantasma de Lady Hester Stanhope ya no por su amado Sir John Moore sino por los moribundos olmos que pretendían dar descanso a su memoria. Y sigue uno deambulando por la ciudad para tropezarse con inadecuados emplazamientos para interminables filas de caravanas que restan belleza a la Casa de los Peces, al paseo marítimo en su tramo final y hasta a la ventana pétrea desde la que contemplar cada tarde como el rey de los astros se funde en el azul de nuestro océano tiñendo el horizonte de un rojo digno de los pinceles de Dzigurski o Aivazovski; la grandiosidad de la Domus provocaría una enorme desconsuelo en Isozaki al comprobar que sus piezas llevan cubiertas largo tiempo con una red que evite su caída, por no hablar de esa galería de madera podrida por la salinidad de nuestro mar; y el terrible caos de tráfico, que se agravará con el inicio del curso escolar, hace imposible encontrar un remanso de tranquilidad o un espacio desde el que observar como por desgracia se apaga Marinediña. 

Los jardines, aledaños al Kiosko Alfonso o la ruinosa Terraza -y sin embargo también al magnífico y reestrenado Copacabana, aunque desde la zona cercana a sus aseos desprenda un insoportable olor a cloaca- languidecen entre basura, abandono, hierbajos y flores marchitas, y el paisaje se completa con rebosantes papeleras en nuestras calles más emblemáticas que despiden además un insufrible hedor a orín. Mientras uno encamina sus pasos buscando donde gozar de los placeres de la gastronomía local observa calles, paredes, bancos y marquesinas repletos de carteles y mugre, deteniendo sus pasos con asombro y vergüenza ante unos soportales del Teatro Rosalía de Castro o en el privilegiado balcón de la finca de los Mariño ahora improvisados hoteles de indigentes.

Las interminables y decadentes fiestas dejan su huella en aceras y viales durante horas y horas sin ver a nadie limpiando, y resuenan entonces en mi memoria las frases de exitoso empacho con el que la señora Rey-ná anunciaba el final del botellón y la suciedad en Méndez Núñez, ¡Enhorabuena a la cuasialcaldesa: la mugre ya no está sólo allí, está por toda la ciudad!

Y mientras los vecinos que no tienen una jaula de oro en la que refugiarse de la realidad cotidiana, un policía que les custodie, un sueldazo que les tranquilice ante facturas e hipotecas, y una caterva de aduladores que le regalen los oídos vendiéndole un mundo paralelo cual Alicia detrás del espejo, protestan por inseguridad, suciedad y ocupación, por su vida de cada día que les obliga a sortear las dificultades de vivir en una ciudad donde la irresponsabilidad, la irrelevancia y la improvisación guían a sus mandatarios. Ellos que como el conejo de Alicia parecen mirar el reloj sólo para decirse “hay que hacer cosas, hay que hacer cosas, las que sean, pero hay que hacer cosas”.

Y seguimos callejeando y procurando no tropezar en los continuas baldosas rotas que pueblan la ciudad y cuando, cansado, te detienes ante una fuente para saciar tu sed y seguir camino,  compruebas que de ella no sale una sola gota, y que por el color herrumbroso y seco de su fondo entiendes que hace tiempo que el incoloro líquido no sale de ellas.

Viales con baches, jabalíes buscando alimento, trasatlánticos cuyos viajeros encuentran comercios cerrados y nadie que les guíe; un Scaloni que, en medio del más absoluto ridículo, resultó ser absurda y machaconamente Messi; hierbajos que convierten medianas en floridos jardines, terrazas de infinitas dimensiones obstaculizando el paso de personas con discapacidad y sin discapacidad, colillas inundando calles, playas y zonas verdes, masivos encuentros religiosos que sorprenden a quienes quieren disfrutar de la tranquilidad del monte de San Pedro, farolas de luces fundidas, encuentros deportivos otrora titulares periodísticos son ahora reseñas devaluadas, playas llenas de suciedad, calles cortadas, horarios de fiestas infernales para quien necesita descanso, muebles y colchones que vuelven a adornar nuestras calles….”hay que hacer algo, hay que hacer algo, lo que sea, pero hay que hacer algo” repite el conejo de Alicia.

No, no estoy dibujando un apocalíptico paisaje de nuestra hermosa ciudad, sino de la desidia, la irresponsabilidad, la chapucera gestión, el interés exclusivamente personal y no colectivo, la estulticia, la opacidad y el desprecio que representan la señora Rey-ná, su co-alcalde Lage Tuñas y su recién estrenada corte dos caladiños

Así las cosas sólo queda confiar en que el coraje, el orgullo coruñés, el compromiso de sus ciudadanos, el aguante de sus emprendedores y su capacidad permanente de reinventarse, nos permitan resistir hasta que lleguen tiempos mejores para la ciudad de cristal y el reloj del conejo de Alicia sólo marque las horas que nos quedan para volver a ser quienes fuimos: LA CORUÑA/A CORUÑA.