Damián Ramos ha logrado una medalla de bronce en las Olimpiadas de París a sus 38 años, dando ejemplo de constancia y superación.

Hace poco más de un año escribí un primer artículo sobre Damián Ramos en este medio digital, como motivador de historias de superación.

Y llegó a París e hizo historia. Un bronce a sus 38 años dice mucho de su calidad, pero sobre todo de sus bestiales sacrificios para sacar hasta el último watio en aras a conseguir una gesta que cobra dimensiones estratosféricas. Sus rivales, casi todos ellos 15 años más jóvenes, fueron testigos de un broche a una vida deportiva que pocos pueden alcanzar.

Los que conocemos la meticulosa y obsesiva preparación, impulsada por un incombustible José Manuel Cardesin, podemos coincidir en que ha sido todo un éxito esa apuesta por el conocimiento y la innovación aplicada al rendimiento deportivo. Uno y otro, han escrito una brillante página para el deporte coruñés.

Como analista y exdeportista me pregunto ¿Y ahora qué? 

Ciertamente el bueno de Damián ha disfrutado del día más feliz de su vida deportiva y después de todas las celebraciones tendrá que focalizar nuevos sueños y proyectos de vida que den sentido a una existencia acostumbrada al perfeccionamiento.

Ha sido todo un éxito la apuesta de Damián Ramos por el conocimiento y la innovación aplicada al rendimiento deportivo

Pero eso será más tarde, hoy toca celebrar y recrearse con el éxito de un compañero al que un contratiempo del destino, le sirvió para mostrarnos que siempre hay un rumbo alternativo para conseguir la autorealización personal.

El deporte y el olimpismo tienen la virtud de imprimir carácter, aunar a los pueblos, multiplicar la solidaridad y hacer que la empatía socialice los éxitos.

Creo que esta medalla, como las otras muchas que nos ha dejado este verano parisino, dan buena muestra de que las cosas no se consiguen por casualidad.

Todos estos éxitos puede que no nos saquen de pobres, pero nos han llenado de orgullo.

¡Felicidades! … una medalla ya es para siempre.