Al menos algunos padres…; y la sociedad, que también es responsable del comportamiento de los más pequeños.

Es una evidencia el predominio de la imagen sobre la palabra en la sociedad actual. Una imagen considerada potente hace que los comentarios que van unidos a ella pierdan interés para los lectores de prensa digital y usuarios de las redes sociales.

¿Por qué? Los especialistas tendrán sus opiniones. Yo me permito dejar constancia de la mía: lo importante no es lo que dices, sino lo que haces y que el mayor número posible de usuarios se entere de lo que has hecho. Y este principio es válido cuando divulgas cómo te diviertes, cómo haces deporte, cómo disfrutas en tus vacaciones, cómo es tu familia, lo que estás comiendo, la gente que te acompaña, etc.

Es bastante habitual el exhibicionismo, un exhibicionismo, malsano en ocasiones, que puede llegar a provocar un daño gratuito a terceros.

Los medios de comunicación informan con frecuencia -y los protagonistas lo cuelgan en las redes sociales- de grabaciones de acciones irresponsables y delictivas conduciendo un vehículo, peleas callejeras, agresiones y hasta violaciones.

Cada vez es más frecuente que niños de poco más de 10 años aparezcan implicados en hechos de esta naturaleza, como el recientísimo de “desnudar”, mediante una aplicación de inteligencia artificial, a niñas con cara, nombre y apellidos, compañeras de colegio o de barrio.

Su objetivo era difundir las imágenes, sin valorar las consecuencias de su acción, para disfrute de colegas -con “unas risas”- y sabe Dios quién más, porque una vez que se comparte se pierde el control de la propagación.

Lo primera pregunta que me hago no es sobre los niños, sino sobre los padres. ¿Dónde están los padres? Cuando ponen en manos de niños teléfonos móviles, ¿son conscientes del alcance de su uso?, ¿limitan su manejo de alguna forma?, ¿verifican con los niños quienes forman parte de sus grupos de WhatsApp y el contenido de las conversaciones?

La permisividad es más cómoda, apelando, generalmente, a la responsabilidad de “mi hijo”, porque evita discusiones con los niños, pero no todos los padres piensan en los efectos que su transigencia puede provocar, tanto sobre el futuro de sus niños como sobre el de los propios padres.

La permisividad, sin más, no es una buena pauta de educación. Siempre tiene que haber reglas -pocas y claras-, vigilancia sobre su cumplimiento y correctivo si no se cumplen.

Porque, aunque el menor de 14 años no tiene responsabilidad penal, los padres de los menores de edad son responsables civilmente de los daños y perjuicios causados por ellos. Y, además de esos posibles daños valorables, está su contribución al deterioro de la convivencia y a la generación de unos perjuicios personales al menor-víctima, imposibles de valorar, con su una actitud permisiva, tolerante, cómoda e irresponsable.

Hay quien reclama la reducción de la edad penal; sin embargo se habla poco del papel de la sociedad en su conjunto, responsable de la difusión y de las consecuencias de ciertas formas de vida y costumbres, que admitimos sin reflexionar acerca de sus consecuencias. En otras ocasiones, aun no compartiéndolas, tratamos de sacudirnos la responsabilidad con expresiones como “yo solo no voy a cambiar el mundo”, “a mí no me gusta, pero cada uno es dueño de su libertad” y otros razonamientos parecidos.

Lo fiamos todo a la libertad, pero la libertad sin sentido de la responsabilidad puede provocar efectos perniciosos.

No hay soluciones mágicas, pero la recuperación de ciertos valores hoy en decadencia, la educación en el seno de la familia y la ejemplaridad de los mayores, podrían ayudar.

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