… y se hizo el silencio.
Agosto, vacaciones masivas, los sables envainados. Se ha parado todo de golpe.
El ruido mediático ha cesado y lo que eran grandes problemas tendrán que llamar otro día. Ahora nos hemos dado un tiempo muerto.
A lo que me lleva esto es a reflexionar sobre la naturaleza de las polémicas, su motivación, su necesidad y su conveniencia última.
Es indudable que la vida en comunidad requiere sus tensiones y equilibrios para producir las adaptaciones a una necesaria evolución. Lo que ya no tengo tan claro es si esa intensidad e intervención mediática generalizada esté mejorando el marco de convivencia … ni esté incrementando nuestra felicidad o eficiencia.
La activación del miedo y la manipulación de los sentimientos desde siempre fueron las armas más poderosas para gobernar los rebaños. Y digo rebaños porque estos no existen donde la racionalidad nos guía.
A los que el devenir nos dirigió hacia el campo de la productividad empresarial o al alto rendimiento deportivo tenemos muy presente que solo podemos objetivar lo que es medible … y a partir de ahí construyes tus caminos en base a certezas.
No hay nada ni nadie irreemplazable y aunque todo puede ya no ser igual no tiene por qué ser peor. En gran medida dependerá de nosotros, de nuestra capacidad creadora, de nuestro espíritu colaborativo, y, sobre todo, de nuestra actitud abierta hacia cualquier pérdida, destino o cambio.
El futuro es nuestro, pero no solo nuestro … Que haya circunstancias favorables, que facilitemos un clima adecuado, que tengamos presente que hay otra parte o que nuestra verdad no es absoluta …
Seguro que con actitudes renovadas será más fácil recuperar lo perdido. Así que aprovechemos este tiempo de relajo para darle una vuelta a todas esas aristas … ¿por qués? , ¿para qués? y ¿cómos?
Soy un convencido de que la mejor ayuda para que vuele otra vez es la calma de todos, sabiendo que la solución tampoco es ponernos de rodillas…crucemos los dedos.
¡Felices fiestas! … que habrá mucho y bueno a pesar de su falta, y dejemos la posibilidad de que, al menos, vuele la esperanza.