Basándonos en la definición que hacía Eduard Punset: “La felicidad es la ausencia de miedo” ¡No parecen pues tiempos especialmente felices!
Creo que muchos podremos coincidir en que estos últimos años no han sido los mejores de nuestras vidas, y, a pesar de todo, somos afortunados por haberlos vivido. Las consecuencias psicológicas de la pandemia, guerras, desestabilización mundial y empobrecimiento generalizado han sido la antesala de la incertidumbre económica en la que estamos instalados.
Los asalariados temen por sus empleos y precarización, los autónomos y pequeña empresa por su supervivencia, las más grandes por el cambio de las reglas de juego y el cambio de paradigma, los servidores públicos por la fragilidad de este castillo de naipes en que se sustenta su estabilidad.
Basándonos en la definición que hacía Eduard Punset: “La felicidad es la ausencia de miedo” ¡No parecen pues tiempos especialmente felices!
Y sin embargo nunca se ha vivido con tanta seguridad como en esta época. Los niveles de protección son altos, y, aunque con abusos, no parece que esté en peligro ese salvavidas.
Tenemos pues una crisis de la percepción y debemos encontrar el fiel de la balanza, claro que para eso no estaría de más que los medios de comunicación, y quienes están utilizando el miedo como herramienta de persuasión y negocio, levanten un poco el pie.
Todas las épocas tuvieron su aquel, y esta está presidida por un manejo desmesurado del relato que lo condiciona todo. Lo negativo, desgraciadamente, siempre se abre más fácilmente camino que lo que nos suma.
De nuestra capacidad de relativizar las informaciones que nos inundan depende nuestro encaje en una utopía, en un pozo de pesimismo o una reflexiva realidad.
Pero, ante todo, como decía Mario Benedetti “Defender la alegría como una trinchera”, porque no es lo mismo padecer que transitar por esta vida, y eso sí que depende de nosotros.
No digo que tengamos que cerrar los ojos, sino equilibrar nuestro desasosiego con la capacidad real que tenemos de mover los marcos que nos incomodan.
Si pudiese pedir algo, yo desearía que los de aquí y allá nos diesen motivos para que esa alegría fuese más natural que compostada, porque, ¡Menuda temporada que llevamos!