Nunca lo había pensado y seguro que tú tampoco. De hecho, la sociedad española ha sido siempre tradicional y conservadora, incluso -por épocas- una sociedad de corte religioso, cristiana católica, en la que la familia era la célula básica y fundamental.
Es cierto que hemos evolucionado y esas características se han ido diluyendo hasta convertirse en un recuerdo. Pero están en nuestras raíces, esto es algo innegable, por eso es sorprendente la imagen que, sobre suegros y cuñados, el imaginario popular haya construido dos perfiles tan odiosos.
Los suegros, para la mayoría de españoles, son representaciones de caracteres entrometidos, de personajes críticos hasta los menores detalles, que olvidan que sus hijos han abandonado “el nido”, y han formado otra familia, una nueva célula, en la que hijos o hijas y nueras o yernos, son las nuevas referencias, a quienes hay que respetar como independientes y autónomos, y a quienes corresponde el papel de educadores de los nietos, cometiendo los errores y aciertos que también cometió la generación anterior. Los suegros no entienden que la vida ha cambiado, y su experiencia resulta con frecuencia no válida en este nuevo escenario. Son, por definición, entrometidos y capaces de destrozar un matrimonio, eso sí, con la mejor voluntad.
Pero toda generalización tiene sus excepciones y es de justicia que explique mi caso, porque mi suegra era una santa (esto es algo que compartimos hijos y cuñados, independientemente de edad y origen). Respecto de mi suegro, creo que a unos y a otros nos quiso como lo que era: un ingeniero. Por eso aplicó los criterios de equidad y justicia, queriéndonos a todos por igual. Cada uno de nosotros puede rescatar anécdotas vividas únicas y bonitas que respaldarán lo que digo. Evidentemente no era perfecto, por ejemplo hablaba sin cesar e imponía su opinión con frecuencia. De forma especial, en su última época. Y esto era algo que afectaba no sólo a sus hijos, sino también a su mujer, sin embargo yo me quedo con el cariño y buena intención que había detrás. Por último, algo que me sorprendió desde que entré en la familia, no bebía vino, tuve que ser yo quien lo introdujera. en las comidas familiares, a pesar de tratarse de una familia amplia en la que igualmente podrían haberlo hecho hijos o cuñados incorporados a la familia antes que yo. A juzgar por el consumo actual puedo decir que la incorporación de esta bebida fue un éxito y yo me siento orgulloso de haberla promovido , aunque no se me reconozca.
Vistos los suegros, por otro lado están los cuñados, a quien no se les pide ninguna demostración o prueba de apoyo o lealtad y a los que en el imaginario popular se les caracterizan por ser entrometidos y listillos. No hace falta que les pidas opinión, que ellos (o ellas, entiéndeme), rápidamente explicarán su punto de vista sobre lo que sea que hayas hecho, una perspectiva que básicamente se basará en que tu decisión ha sido mala, y que ellos dominan ese campo, sabiendo exactamente qué hacer en cualquier caso.
De nuevo, la excepción que confirma la regla, en una familia numerosa por ambos lados (por lado de mi mujer son once hermanos, y por el mío fuimos siete…), durante mi ingreso hospitalario de seis meses , uno tras otro se presentaron de forma espontánea para dar su apoyo y su cariño en el aburrido hospital. Tal era la afluencia que mi mujer tuvo que organizar un cuadrante de visitas que permitiese evitar aglomeraciones. De este modo, quien no me afeitaba me ponía al día sobre el Deportivo y quien no me daba conversación me “aprendía” alguna curiosidad del gallego que yo desconocía (yo soy de la última generación que no estudió gallego en el colegio). Estos son mis cuñados, que se movilizan sin pedírselo, incompatibles con el perfil del imaginario popular, en el que caben las bromas más agresivas sobre los mismos. Evidentemente no tengo la misma relación con todos mis cuñados (y cuñadas), entiéndeme, pero cuando pienso en esto me doy cuenta que yo soy tan cuñado para ellos como ellos para mi y que las relaciones humanas son “bidireccionales”, o sea que la relación y su intensidad dependen tanto de ellos como de mi.
Por eso yo tengo unos cuñados estupendos que no cambiaría aunque pudiera.