Cuando era joven pensaba que una conducta era normal cuando se ajustaba a la que yo tendría en esa situación. Yo soy de esos que fuimos educados en la asertividad junto a valores de solidaridad, respeto, entendimiento …
Ese mundo entrañable y de seguridad de mi juventud fue progresivamente complementado con otras filosofías de vida antagónicas a las que me inculcaron.
Esa normalidad ideal dejó de ser lo habitual y fui poco a poco descubriendo como es la condición humana en toda su crudeza. Solo la “Educación” es capaz de dulcificar esta realidad:
Los humanos tenemos una tendencia natural al enfrentamiento, a ir más allá de donde nos corresponde, a poner sistemáticamente en discusión los consensos, a sacar ventaja contra todo y contra todos.
Vivir en paz es fruto de una sucesión de esfuerzos y renuncias respecto a nuestras pretensiones de ser mas que el otro o cambiar los equilibrios.
La historia esta jalonada de un sinfín de guerras que eran evitables.
En cuanto estalla un conflicto se desencadena una escalada de tensión en la que hay agresores y hay víctimas para acabar siendo todos perdedores.
¿Pero realmente son evitables?
Los conflictos no nacen un día de golpe, siempre hay una sucesión de episodios previos a los que no fuimos capaces de ponerles coto por dejadez o consciente esperanza de enfriamiento.
Se dice vulgarmente que no hay guerra si una parte no quiere, pero ante un invasor eso solo puede significar rendición, y habitualmente no termina solo ahí.
Los perfiles belicosos abundan, y si estos tiene poder a cualquier nivel, estos actuarán conforme a su naturaleza.
En un mundo en el que pensar en una Justicia universal es una utopía no parece cosa menor conformarnos con conseguir Paz … pero sin vivir de rodillas.
Cierto que en la mayoría de ocasiones los que alimentan la guerra no acaban sobreviviendo al conflicto, y sin embargo sabemos positivamente que volverán a repetirlo allá donde vayan.
¡Condición humana!
Por Javier de la Fuente Lago