Querida E.:
Cuando hace unos días me enteré de que habías aprobado la oposición, me alegré mucho, muchísimo. Han sido varios años de tu vida los que has invertido al 100% en ese reto; renunciando a tantas cosas, dedicando tantas ganas y poniendo tanto empeño que habría sido del todo injusto que no lo lograras…; aunque bien sabes que el sacrificio, el esfuerzo, siendo 100% necesario para el éxito, tampoco lo garantiza. ¡Felicidades! ¡Enhorabuena!
Sé bien que tu carácter, ya desde muy pequeña, apuntaba maneras: una inteligencia natural, debidamente aderezada por una buena memoria y una férrea fuerza de voluntad te daban las herramientas necesarias para enfrentarte a ello.
Ahora, después del más que merecido descanso veraniego, viene otra etapa: tu curso de formación en la Escuela de Hacienda Pública y, al terminar, la elección de tu destino funcionarial. Una nueva vida, con todo lo que ello implica: una casa distinta, otra ciudad, otro entorno, nuevas amistades y, sobre todo, un trabajo ilusionante.
Tu tarea -ésa para el que te has preparado con tanto afán- entraña una inmensa responsabilidad: como todo servidor público, lo primero que has de asumir es que trabajas para y por la ciudadanía, el conjunto de la sociedad; que somos todos y cada uno de nosotros, quienes esperamos lo mejor de ti y que -estoy seguro- nos lo vas a dar.
En tu concreto puesto, como Inspectora de Hacienda del Estado (IHE), dentro de la Agencia Tributaria (AEAT), supervisarás el adecuado cumplimiento del sistema tributario conforme a Derecho. Es decir, no se trata de recaudar sí o sí: es aplicar, en cada específico asunto, el Derecho. Si de ello se deriva una regularización, adelante; si todo está correcto, OK; y, si hay que devolver algo, se devuelve.
El fraude, obvio es decirlo, existe y es -tal y como tópicamente se apunta- una lacra social contra la que debemos luchar; todos. Pero, especialmente en esa tarea, debes extremar tus cautelas pues detrás de cada contribuyente no se esconde un presunto defraudador; e, incluso, cuando te topes con uno, recuerda que, como ciudadano, también tiene sus derechos y que debe poder ejercerlos. El Estado de Derecho -nunca Derecho/razón de Estado- tiene estas “cosas”: no todo vale, y el fin -por muy loable que pueda ser- no justifica los medios.
Ten presente que los ciudadanos, lejos de ser súbditos, somos la razón de ser del Estado; que el objeto de éste es servir y nunca ser servido; y que no tiene otros intereses que los generales (al fin, el sumatorio de millones de intereses individuales), que son los así configurados en las leyes emanadas del Parlamento donde, como bien sabes, reside la soberanía nacional. Que, en definitiva, el Estado (en tu caso, la AEAT) no es más que un mero instrumento que, vicariamente, vela por esos intereses ajenos.
Lo harás bien, lo sé: va en tu formación, en tu personalidad y en tus firmes principios. Pero, si en algún momento tuvieras dudas, mírate en los dos espejos que, como ejemplos, te han precedido como IHEs: tu abuelo (mi padre) y tu madre (mi hermana). Y tranquila; ten por seguro que, siguiendo sus estelas, nunca te perderás.
#ciudadaNOsúbdito
*Publicado en el diario Atlántico el domingo 2/7/2023.