La desconfianza, es el caldo de cultivo perfecto para los procesos traumáticos de catarsis. De ahí, se alimentan los populismos y las tentaciones de recuperar el orden por medio de la imposición.

Trepidante, creo que es el mejor adjetivo que le podemos dar a nuestra actualidad. Cada nueva sorpresa informativa eclipsa a la anterior. Una espiral creciente que no deja de sorprendernos y preocuparnos. Y, sin embargo, que insignificantes son todos los avatares de nuestra vida política. Esas luchas intestinas para demonizar al rival son solo pequeños juegos al lado de la desestabilización mundial que provocan las guerras. El largo periodo de paz que disfrutamos, parece que ya es historia. Ya llevábamos unos años poniendo en tensión las costuras en todos los países desarrollados, con multitud de conflictos a pequeña escala.

El COVID acabó de acelerar todo el proceso de desestabilización a nivel mundial. El desequilibrio de la demanda, el miedo, la especulación y como consecuencia la inflación, abrieron las puertas al descontento y abonaron el camino al clima de desconfianza que hoy impera. La desconfianza, es el caldo de cultivo perfecto para los procesos traumáticos de catarsis. De ahí, se alimentan los populismos y las tentaciones de recuperar el orden por medio de la imposición.

En la desconfianza crecen sentimientos como el “Que hay de lo mío” y se reducen el “Lo que nos une”. A veces hasta términos tan cargados de sentido como “Libertad”, pueden esclavizarnos en un individualismo exacerbado.

Ante todo, el clima bélico, que hemos ido alimentando a lo largo de estos últimos años, me apetece pedirle a esos Reyes Magos que nos visitan cada año que repartan el mensaje de “Bajemos los decibelios”, porque más que guerra necesito un futuro con mucho menos ruido.

… mas que nada, porque quiero escuchar si hay algo más y si hay para donde mirar.

¡Feliz año a todos!